viernes, 19 de octubre de 2012

Mariano José de Larra

Mariano José de Larra (1809-1837) es uno de los autores relacionados con el Romanticismo español que mejor parado sale ante el paso avasallador del tiempo. La permanencia del ilustre madrileño dos siglos después de su nacimiento está relacionada con sus artículos periodísticos, para unos de costumbres, sociales para otros y políticos para unos cuantos. En mi caso puedo añadir que fsus escritos periodísticos formaban parte del material de los pocos libros de obligatoria lectura que me atrajeron durante el bachillerato dentro de la asignatura de Literatura. El título era Artículos de costumbres, en edición de la colección Austral de Espasa Calpe.




Larra tenía una inteligencia natural que utilizaba para repartir puyas a diestro y siniestro. Incluso algunas de sus frases han quedado para siempre en el habla coloquial. ¿Quién no se ha acordado del vuelva usted mañana? Tan actual y tan bien repartido por toda España gracias a la abundancia de administraciones que en los románticos tiempos de Fígaro a pesar de su poca diversificación ya se encargaban de que el país fuese a ritmo lento para perder mejor el tren de una modernidad deseada por muchos sectores de la población, cambios que no llegarían hasta el siglo XX.

De Larra he traído varias ediciones de sus artículos, cada una atractiva a su manera, unas más completas que otras, pero todas con lo mejor del aguerrido publicista. Entre ellas está la antología prologada por Francisco Umbral (1935-2007), escritor y madrileño de adopción que nunca disimuló la influencia de Mariano José de Larra, como tampoco muchos otros, incluido aquel grupo de intelectuales que hace algo más de cien años realizó un homenaje ante la tumba del escritor; sí, aquellos jóvenes con ansias de renovación frente a la catástrofe que supuso la monarquía en sus diversas variantes, moderada y liberal, que no impidieron la inútil sangría de la juventud de varias generaciones en guerras coloniales que solo favorecieron a unos pocos sectores de la sociedad española.

Mi propuesta se completa con un libro de novela histórica, en concreto El Doncel de Don Enrique el doliente, muy en la línea de ese género que floreció en el romanticismo hispano, no con mucho acierto en el caso de Fígaro, aunque en otros nada tienen que envidiar al canónico Walter Scot, pero de eso hablaré en otra ocasión.


Como final recomiendo dos incursiones en la vida de Larra. Por una parte, Flores de Plomo, de Juan Eduardo Zúñiga, otro escribidor madrileño de culto y grande, quien nos pasea por el Madrid carnavalero del 13 de febrero de 1837, fecha en que el periodista se pega el tiro en la cabeza que pone fin a su vida, mientras que el que podría haber sido el amor de su vida se pierde por las rúas madrileñas tomadas por las máscaras y disfraces. La narración se complementa con la última jornada de Felipe Trigo (1864-1916), escritor de fama a comienzos del siglo XX, entre sicalíptico y social, que también se autoeliminó de un tiro en horas de depresión, algo a lo que tampoco fue ajeno en la contradictoria existencia de Larra, a quien le tocó vivir uno de los periodos convulsos de la España del siglo XIX, de constantes luchas entre liberales y moderados, que afirmaron aún más la tendencia absolutista de la monarquía española, representada por Fernando VII hasta su muerte en 1829.

La otra obra se trata del reciente libro publicado por un descendiente de Fígaro: Jesús Miranda de Larra, que realiza importantes aportaciones sobre la vida de su ilustre familar bajo el título de Larra, biografía de un hombre desesperado, de la que ofrece datos inéditos y aspectos poco conocidos de la vida del autor de unos artículos cuyo tono distendido y a veces popular no eliminan intenciones elevadas como la de no doblegarse ante el poder establecido y luchar por la libertad de expresión, entre otros asuntos, que no impidieron que Mariano José de Larra se considerase un incomprendido, a pesar de su juventud y éxito, que inevitablemente chocaron con una sociedad atrapada por nefastas políticas, en la mayoría de los casos, con tendencia a defender los privilegios de un sistema anticuado en el fondo y en las formas y una política tendente a la discriminación de la mayoría de los habitantes de un país empobrecido por guerras, dentro y fuera de sus fronteras, y catastrofes naturales que aumentaban las hambrunas y las epidemias.


martes, 16 de octubre de 2012



Albaceas del relato policial


Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges demostraron a la largo de sus vidas, tanto juntos como separados, una especial afición por la literatura de argumento policial que se concretó en novelas escritas conjuntamente centradas en el citado género y alguna´antología seleccionada alalimón por los autores argentinos. De ellos viene a este blog, la segunda parte de una antología editada por Alianza, con el título Los mejores cuentos policiales (2), libro de bolsillo que encontré en el único puesto dedicado a la letra impresa de un rastrillo dominical. Conocedor de las andanzas del dúo BB en el amplio territorio de la literatura fantástica que tan en deuda está con los escritores bonaerenses, no  me resistí al pequeño volumen de atractiva portada -nada menos que del irrepetible DanielGil-.

Los cuentos recopilados en el volumen ofrecen principalmente, salvo algunas excepciones, un amplio protagonismo a los escritores anglosajones, del Reino Unido y Estados Unidos. Entre ellos, como no, el considerado padre de la narrativa policial con su novela-problema, donde el  principal protagonista, sea inspector o personaje detectivesco, intenta resolver un asesinato como si de un problema matemático se tratase. En esa línea aparecen autores como Nathaniel Hawthorne, Stevenson, Conan Doyle, London, Chesterton, Eden Phillpots, Anthony Berkeley, Millward Kennedy o Ellery Queen, aunque en línea parecida están autores que se adentraron sin complejos en el género policial como el japonés Ryunosuke Akutagawa y los argentinos Borges, Silvina Ocampon y Adolfo Luis Pérez Zelaschi.