martes, 11 de marzo de 2014

La pasión rusa de Juan Eduardo Zúñiga


Juan Eduardo Zúñiga (Madrid) es uno de los más singulares escritores españoles que goza de un importante seguimiento por parte de un público fiel que capta sus grandes dotes sobre todo en el relato corto.Su faceta literaria la voy a dejar de lado para reseñar dos libros de Zúñiga que se enmarcan más en el ensayo que en la ficción, aunque esta última no quede totalmente diluida en las dos obras, en concreto en las tituladas El anillo de Pushkin y Las inciertas pasiones de Iván Turgnéniev

Zúñiga recibió en 1983 el premio Ópera Prima de la Asociación Colegial de Escritores por El anillo de Pushkin, obra que en general tiene mucho que ver con la memoria de las historias descubiertas en largas horas de lecturas del tesoro de la literatura en lengua rusa. En particular también influye sin duda que Zúñiga es uno de los contados especialistas de nuestro país en literaturas eslavas, en las de Rusia y de Bulgaria. 

Con semejantes materiales, el madrileño es autor de un delicioso libro que me gusta releer a menudo porque yo, como la mayoría de los lectores de ficción, disfruto de la literatura rusa desde muy temprana edad.

Como Zúñiga, evoco a menudo con entusiasmo juvenil hombres, mujeres, costumbres, paisajes..."que fueron mi ventana al mundo, la iniciación al amor encendido de púrpura, la puerta que lleva a los serenos dominios del conocimiento y la tolerancia, la llave de las admiraciones ante el talento y la maestría de escritores excepcionales", según palabras del propio autor recogidas en la introducción de la obra El anillo de Pushkin.



El libro comienza con el capítulo que le da título para continuar con los paseos por las ciudades de Moscú y San Petersburgo -cuando se editó El anillo de Puskhin aún llevaba el nombre de Lenigrado felizmente descartado desde la nueva etapa histórica de Rusia-, urbes por las que han transitado personajes, paisajes y pasiones de gentes descritas o narradas por el ya referido Pushkin, Lermotov,Turguéniev, Dostoievski, Tolstoi, Sumarokov, Fedin, Chejov, Gorki o Kataie, entre otros autores de ficción que ocupan un lugar destacado no solamente en sus lugares de origen sino también las más variadas geografías..


 
Como si de relatos cortos se tratasen, género en el que Zúñiga se maneja con precisión artesana, los siguientes capítulos adentran al lector en los diferentes capítulos. Es decir, sucesivamente en Las mujeres leídas, Blok en el Apocalipsis, Andreiev, Padres e hijos, Bosque sombrío, El doble Dostoievski o el Origen de un destino, que sirven asimismo a Zúñiga para reconocer la ignorada labor del traductor -infiel o riguroso- a la que debe reconocerse una parte del placer experimentado en la lectura y el conocimiento de las letras rusas.


La segunda traída a este espacio es el título Las inciertas pasiones de Iván Turgnéniev. Otra vez, Zúñiga con precisión de orfebre resalta pasajes de la vida del escritor Turgueniev en relación con sus amores femeninos, en especial los habidos con la cantante de origen español Paulina García, que sirven de excusa para hacer el retrato de un noble de ideas liberales muy implicado con la cultura occidental en contraposición a las costumbres medievales del zarismo de su tierra de nacimiento. De esta manera, el escritor ruso pasa a ser protagonista esencial en la inmersión que sirve a Zúñiga para adentrarse en el tiempo y en la vida del autor nacido en 1818 en la hoy gloriosa ciudad rusa de Oriol.


Sin embargo es mejor recurrir al prólogo titulado Encuentro con Turguéniev para saber el origen del ensayo-relato sobre el autor de Padres e hijos, entre sus mejores obras, que vuelve a insistir en el choque decisivo en la niñez con una obra del escritor ruso que le puso en contacto con el conocimiento de una Rusia antigua y remota de la que nadie en su entorno no sabía nada. De quien sabremos más, en sucesivas entregas, va a ser de Juan Eduardo Zúñiga, cuyas obras de ficción irán apareciendo en este espacio.

martes, 4 de marzo de 2014

Barco sin luces

Luis V. Fernández Pimentel (1895-1958) es uno de los poetas gallegos que a pesar de su escasa obra llamó la atención de lectores y estudiosos como Dámaso Alonso, quien escribió sobre el lugués: “Por la ciudad, pequeña y fácil, sólo asustada de tan fácil, va y viene un hombre joven, alto, cenceño. Es un médico: va y viene a su trabajo. Dios lo ha puesto junto al dolor. Le puso mucho dolor y mucho susto en el alma, el miedo más humano del que a cada instante se despierta entre maravillas; pero además, es un médico; diariamente tiene en sus manos el dolor físico de los otros, como un pájaro palpitante. El alma le ha llenado de paisaje gallego y de nostalgia, de dolor y de ensueño. Profundas realidades le van cayendo en el alma”.




Luis Pimentel moría inesperadamente en su casa de Lugo, hace algo más de medio siglo. Hasta entonces, finales de la década de 1950, no se habían publicado libros de su autoría, aunque su inquietud artística, que compaginó con la profesión de médico, le llevó a participar desde la década de 1920 en los actos de carácter cultural y tertulias de todo tipo que se desarrollaban en la ciudad que le vio nacer y morir. Entre sus colaboraciones destacan las realizadas para la revista Ronsel, punto de encuentro de las vanguardias artísticas que calaron hondo en toda Europa en los años posteriores a la I Guerra Mundial.

La influencia de la denominada generación del 27 sobre la poética de Luís Pimentel fue notoria. En este sentido, Barco sin luces, la obra que aquí recuerdo tiene algo de juanramoniana, pero en ella late lo humano, una cotidianidad dura, vivida por el observador solitario que pasea sus penas por la ciudad provinciana, refugio de su alma en pena por un mundo condenado a la sinrazón. Todo eso aparece en Barco sin luces, cuyos poemas Pimentel leyó en alguna ocasión a los amigos y conocidos que compartían con él tertulia en su ciudad natal: Lugo, pequeña capital  de provincia recogida tras sus murallas de origen romano.

Libro póstumo aparecido por primera vez en el año 1960, prologado por Dámaso Alonso, Barco sin luces navega dejando su clara estela para llevarnos, como dijo el gran filólogo y también poeta madrileño, “allá donde se abre en playas la ternura, donde los miedos se adelgazan sin llama, junto al presentimiento en sus aljibes, donde el dolor se ahonda en silencio y el mundo es ya silencio, allí donde la sensibilidad ya es música o perfume. Allí es el reino extraño y original de Luís Pimentel."

La poetisa y ensayista literaria Luz Pozo Garza, por su parte, entiende que "la poesía pimentaliana, no sólo la que se integra en Barco sin luces, se deja analizar dentro de la línea simbolista, que constituye su código estético dominante. También hay secuencias, trozos de valor referencial en un lenguaje discursivo; se advierte sobre todo en ciertos textos donde la referencia exterior sirve de apoyatura básica, o donde los acontecimientos objetivos alcanzan dimensiones excepcionales."

Las pruebas de libro para su publicación en versión gallega de Barco sin luces desaparecieron de la imprenta de Nós en Santiago de Compostela durante el verano de 1936. Otras obras líricas de Luís Pimentel son Triscos (1950), Sombra do aire na herba (1959) y Obra inédita o no recopilada (1980). En 1990 se le dedicó el Día das Letras Galegas.



Un mendigo en el quirófano

Se va sumiendo la carretera en tus ojos. Horas encendidas de grava viven aún en tu humilde reloj de níquel… Los ángeles azules del telégrafo dieron sus alas para tus pobres zapatos. Rezan por ti de rodillas los marcos de los kilómetros. En la camilla, está tibio de paisaje tu cayado; y sobre el quirófano ha caído una lluvia de campanas y pájaros. Níquel y cristal se han inundado de campo.

de Barco sin luces