lunes, 27 de febrero de 2012


Un Modiano de Goncourt

Patrick Modiano (Boulogne-Billancourt, 1945) obtuvo el Premio Goncourt 1978 por la novela Rue de boutiques obscures, que ahora sale por primera vez en España como Calle de las tiendas oscuras, pero que tuvo un precedente en castellano en la edición venezolana titulada La calle de las bodegas oscuras, editada en 1980. Esta última es a la que tuve acceso hace 25 años después de encontrar el libro en una de esas ferias de ocasión que suelen recorrer diferentes ciudades españolas.

El encuentro mereció la pena, sobre todo para un modianano hasta la médula, que está de acuerdo con la definición de arqueólogo de la memoria que cierta crítica a destinado al literato francés. Como es habitual, Modiano insiste en la búsqueda de alguien para esquivar esa máxima aplastante e inquietante de que no somos nada. "No soy nada. Esta tarde, en la terraza de un café, apenas una silueta transparente. Esperaba que cesara la lluvia, un chaparrón que había comenzado en el momento en que Hutte se había despedido de mí".

A partir de ese arranque, La calle de las bodegas oscuras nos lleva de la mano de Guy Roland a la búsqueda de su personalidad durante el ahora lejano 1965. Las pesquisas del protagonista le llevan a diferentes escenarios como París, Vichy, Nueva York o Bora Bora donde recoge trozos de una vida que puede ser la suya, pero que no son más que recuerdos cada vez menos intensos y condenados a perderse para siempre. Modiano le da a esta obra un aire de novela policíaca que tiene como punto argumental el París ocupado por los nazis, como pasa en buena parte de la obra del escritor francés, quien se pregunta al fina y por boca de uno de sus personajes: ¿Y acaso nuestras vidas no se disipan en la noche tan rápidamente como ese llanto infantil?


jueves, 23 de febrero de 2012



Editoriales para siempre


Las editoriales nacen, crecen y, muy a menudo, desaparecen, aunque en mi opinión no me refiero a la cruenta competencia que mantienen en la actualidad con nuevos formatos de lectura promovidos por las nuevas tecnologías. Creo que el libro en el formato de siempre, recuerdo la Galaxia Gutemberg, se va a mantener por los siglos de los siglos, aunque no en la cantidad que se produce en la actualidad la letra impresa. El cine, allá por comienzo del siglo XX, fue saludado con agresivas actitudes por algunos escritores que veían peligrar su posición, si no me equivoco el superventas Gorki era uno de ellos.

A lo que iba, digo que las editoriales mueren, por desgracia en muchos casos por falta de éxito, eso me imagino que le pasó a Ediciones del Cotal, allá por la década de los setenta, cuando su cuidado diseño de portada y un distintivo muy apropiado llamaron la atención de no pocos lectores, entre los que me incluía yo. Marketing aparte, lo que más me atrajo fueron los autores como era el caso del primero en que puse mi vista cuando vi la colección ya expuesta en alguna librería que, si mal no me equivoco, era una de las casetas de las cuesta de Moyano, en Madrid, lugar de paseo de muchos literatos, entre otros el enboinado Baroja, quien desde hace años cuenta con una estatua en dicho lugar.

El primer libro fue del poeta galés Dylan Thomas de quien ya conocía otros relatos y su poesía completa, con lo cual el disfrute con Las hijas de Rebeca no pudo ser mejor. Luego fueron cayendo otras obras en mis manos editadas por Del Cotal como fueron las de Stevenson, Katherine Mansfield, Maupassant, Fenimore Cooper o James Cain, entre otros y otras, que fui encontrando en resto de ediciones en ferias del libro antiguo y usado.


Novelas de quiosco

Las novelas populares tuvieron su mejor etapa desde los años cuarenta a la década de los setenta del siglo pasado, gracias, entre otros, a nombres como Corín Tellado, José Mallorquí, Marcial Lafuente Estefanía, Lou Cardigan, Silver Cane o Clark Carrados, cabezas visibles de una larga lista en la que abundaban los pseudónimos y los profesores inhabilitados tras la guerra civil.

La mayoría de ellos para sobrevivir se dedicó a la literatura de masas en la que incluía géneros diferentes: oeste, policíaca, sentimental, aventuras, ciencia ficción, deporte, que competían en sus comienzos con los tebeos más orientados al público infantil-juvenil.

 Sin necesidad de grandes campañas de promoción, a veces con el simple boca a boca, las aventuras de pistoleros, policías, detectives y otros personajes llegaron a conseguir millones de lectores, algo que para sí quisieran muchos escritores profesionales que languidecían en un ámbito muy delimitado.

Como recuerdo de esos autores de renombre y a los cientos anónimos, que vivieron el torbellino de la entrega inmediata de los folios escritos, he desempaquetado algunas obras de hace años guardadas en el trastero, donde conviven con libros más sesudos que nunca leeré y tebeos de otra época que por fortuna no volverá.

sábado, 4 de febrero de 2012




Aquellos aventureros de llamativos sombreros

Arrinconados en la vieja maleta de madera de aquel tío muerto en plena juventud, que había luchado en la guerra fratricida por que le tocaba por edad. Sin más formación que las cuatro reglas básicas y algunas nociones de gramática, aprendidas con golpes de por medio, se echó a la vida tras un servicio militar infame -después de la guerra en frentes helados y muertos despanzurrados por banderas en las que no creía. Era un adolescente al que sólo le interesaba encontrar alguna joven con la que hablar.
Pero la maleta le acompañó al último lugar donde se supo que había muerto en accidente evitable de trabajo. Eran los años cincuenta. En aquel cajón alargado, con carteles de mano de viejas películas como adorno a sus tapas, estaban sus escasas pertenencias, menos la pistola que llevaba para defenderse del mundo de lobos y lobas que le tocó vivir.

Varias revistas, como las de arriba, estaban usadas de tanto leerlas. Me imagino que José, en sus pocas horas de libranza, también pensaba en los bosques de las Montañas Rocosas de Canadá, en los desiertos del Magreb y en el África ardiente. Seguramente esa literatura popular le ayudó bastante a sobrellevar una existencia gris, sin el color de las portadas de las revistas.

jueves, 2 de febrero de 2012


Estampas mágicas

Los cromos están relacionados con una etapa indisolublemente unida a la niñez de varias generaciones. En aquel estadio de la vida, muchos de nosotros comprábamos sobres que contenían la sorpresa de la estampa que no teníamos o el fastidio por tenerla repetida. Bueno, esta última siempre se podía cambiar o jugar en los montones con algún conocido. Cuando el álbum estaba casi lleno era el peor momento pues los cromos que faltaban siempre eran difíciles de conseguir.
Quienes vivíamos en Madrid, aún teníamos la oportunidad de ir el domingo por la mañana al Rastro. En aquel lugar, en una amplia plaza, estaban los gurús más representativos del coleccionismo, entre ellos los de los cromos, cuya magia encandilaba a millones de niños y niñas, también adolescentes y jóvenes, así como una nutrida cantidad de gente madura. Si había suerte, por fin se completaba una colección, algo complicado pero no imposible.

El otro día encontré guardados varios álbumes, de ellos sólo había tres completos, y muchos cromos sueltos de todos los tamaños y asuntos, pruebas estos últimos de las muchas colecciones que quedaron por el camino, incluso sin álbum, porque de aquella también había un ánimo consumista y se compraban sobres de cromos que sabíamos que no íbamos a completar. Futbolistas, ciclistas, artistas de cine, personajes de los dibujos animados, razas humanas, animales, hechos históricos, películas y otros muchos temas. Todo servía para ilustrar los cromos, aunque a veces se incluían fotografías interesantes sobre todo cuando se trataba de filmes de reciente estreno.

A veces sueño que me faltan algunos cromos para llenar un álbum. Entonces, cuando despierto el fastidio desaparece, pero no recuerdo que colección era. Quizás son todas, y así se vengan muchos años después por no haberlas seguido y mimado como otras que conseguí completar.