lunes, 7 de octubre de 2013

Los últimos centauros de la praderas

Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933) ganó en 1992 el prestigioso premio literario National Book Award, de Estados Unidos, por la novela Todos los hermosos caballos, primera obra de la denominada Trílogia de la frontera, que se completa con En la frontera y Ciudades en la llanura. Cuando recibió el galardón era un escritor desconocido que llegó a la edición de sus libros a una edad bastante madura. A partir de entonces comenzaba, como suele pasar en los casos de impacto literario, la otra vida del nuevo autor, de quien se llegó a decir que en su juventud era el típico nómada más emparentado con el universo del vagabundeo que con el ámbito literario. 



Suposiciones aparte, tejidas por los medios de comunicación, cuando se quiere adornar un nuevo producto o personaje, Cormac McCarthy es sin duda un gran narrador norteamericano que editaba desde la década veía como sus libros iban saliendo poco a poco desde la segunda mitad de la década de 1960. Con estilo preciso y directo, McCarthy engarza con una ficción convincente, en la que los personajes son tan de carne y de hueso que dejan a la altura de marionetas a los que trasmite el cine cuando se pone en plan épico en ambientaciones relacionadas con Oeste estadounidense.


Cormac McCarthy sitúa la acción de su trilogía en territorios de Texas y de México, lugares en los que lejos de los enfrentamientos por asuntos de frontera, centra la trama en la vida de personajes muy jóvenes, acostumbrados desde pequeños a convivir con la dureza del entorno y la amenaza de la muerte. La primera entrega de la trilogía: Todos los hermosos caballos constituye un bello canto a la amistad, el amor, a la entrega, a la solidaridad y a la naturaleza todavía preservada de la rapiña humana. Sin embargo, en contraposición a lo anterior, el protagonista de esta primera novela, John Grady, a sus 16 años, tiene que sacar la castañas del fuego sin ayudas y enfrentarse en solitario contra un mundo también violento e implacable con los débiles, a los que la muerte ronda a menudo, hasta conseguir alguna presa. Los personajes se alejan del estereotipo de héroes para convertirse sencillamente en supervivientes de un mundo en cambio. La acción está situada en el año 1949, momento en que el Far West es una estampa de color sepia o una película a todo color.


En la segunda novela, En la frontera, Cormac McCarty centra la acción en una época precedente a la del primer libro (Todos los hermosos caballos). En esta obra, también dos adolescentes protagonizan la entrada en el mundo adulto, en un ambiente poco contaminado por las leyes y el progreso. Billy Parham es otro superviviente en un territorio donde los valores son otros a los aprendidos en la madre naturaleza. La trilogía se cierra con la obra titulada Ciudades en la llanura, ambientada en 1952, y otra vez con personajes conocidos como John Grady y Bill Parham, que se juntan en esas tierras agrestes para deambular con sus caballos por un territorio que ya no es suyo, y del que esperan poco.

La Trilogía de la frontera, además de su acierto en descripciones de vaqueros, caballos, trabajadores mexicanos y un mundo alejado de los centros de poder, recoge un estilo literario atractivo por su sencillez, a veces salpicado de frases en español, que acercan a un final amargo, pero que los modernos centauros de las novelas citadas esperan sin miedo y sin más compañía de la de sus hermosos caballos.





Un niño de la mano
No hay nadie que nos diga de lo que podría haber sido. Lloramos por lo que pudo ser, pero lo que pudo ser no existe. Nunca existió. Se considera cierto que quienes no conocen la historia están condenados a repetirla. Yo no creo que su conocimiento pueda salvarnos. Lo constante en la historia es la codicia, la necedad y una avidez de sangre que incluso Dios (que sabe todo cuanto puede saberse) para impotente para cambiar". Con esta contundente frase, una de las protagonistas femeninas de Todos los hermosos caballos intenta explicar su visión de la vida a un todavía ingenuo adolescente John Grady, a pesar de que éste ha vivido el infierno de la cárcel y tiene en su haber la muerte de un hombre en defensa propia. 
Los pasajes de la trilogía sirven para demostrar que las novelas que la conforman se alejan bastante de las tópicas historias del Oeste y se acercan por ejemplo, salvando  las distancias, a las viejas baladas de cowboys.
Cormac McCarthy es comparado con William Faulkner, quien como buen sureño, supo crear su mundo literario bajo la apariencia de personajes reales como la vida misma. Pero el escritor de Rhode Island con un estilo profundo, cuando sus personajes dialogan, da cuerpo a un espacio en el que los héroes no tienen sentido. Muchos fueron los escritores estadounidenses que se adentraron en la literatura relacionada con el Oeste: Bret Harte, Stephen Crane, Mark Twain, Jack Londo, O'Henry y Paul Hogan, entre otros, fueron creadores de primera que supieron narrar cosas de hombres y mujeres, fueran hombre o mujeres, colonos, soldados o indígenas, en un mundo hostil, pero esas son otras historias. El autor de la Trilogía de la frontera resulta más creíble, como su dedicatoria al final de dicha obra: "Seré el niño que de la mano lleves/Y tú serás yo cuando sea viejo". 

sábado, 20 de julio de 2013



Una historieta adulta, madura y crítica

Los cambios políticos en España durante la segunda mitad de la década de 1970, sobre todo a partir de la muerte de Franco, posibilitaron la salida de nuevas publicaciones relacionadas con el mundo de las viñetas como Trocha, los cuadernos mensuales del Colectivo de la Historieta, un grupo de dibujantes, guionistas, grafistas, escritores, críticos, estudiosos, ilustradores y otros profesionales del ámbito del cómic que consideraron oportuna la promoción de un arte hasta entonces coartado por la consideración general de subgénero destinado más bien a un público juvenil. El objetivo era una historieta adulta, madura y crítica, también popular y comercial, que trataba de romper con la imagen del cómic español seguidor de una línea uniforme y bajo el férreo control de la censura.

Troya sale en mayo de 1977 como extra de Bang! El animoso grupo, por lo menos, obtuvo una excelente respuesta porque consiguió que muchos lectores admiraran otro tipo de historieta que existía y merecía la pena seguir. Con los aciertos y errores de un producto novedoso, en unos tiempos cambiantes y de importante expectación sobre el futuro, la revista contó con la presencia de destacados  artistas que dejaron su impronta en obras frescas y de su tiempo. 

En el extra, números 3 y 4, la publicación cambia el nombre por el de Troya, que como explican sus promotores se debe a que estaban dispuestos a sorprender y luchar desde el mundo de la historieta ante las dificultades que se iban encontrando.

El Colectivo de la Historieta estaba formado por personas conocidas de dicho ámbito que en la actualidad continúan desempeñando su labor artística e intelectual en diferentes terrenos de la cultura.




José Luis López Rubio (Motril,1903- Madrid, 1996), polifacético donde los hubiere, novelista, dramaturgo, guionista, académico, tuvo contacto con el cine como guionista desde su juventud, con estancias incluidas en Hollywood la década de 1930, tiempo en que trabajó para grandes estudios como la Metro y la Fox. De aquella época, habla en esta entrevista recogida en la revista Cinegramas, que tuvo la suerte de encontrar en una librería de segunda mano.




Lopez RubioStan Laurel, Eduardo Ugarte, Oliver Hardy y Edgar Neville.



No es posible hablar de la producción española en Hollywood sin destacar a José López Rubio. Este muchacho de treinta años, todo simpatía, talento y cordialidad, luchó bravamente hasta imponer nuestro idioma -el sonoro y correcto castellano- en los films españoles realizados en California. España, pues, debe agradecer a José López Rubio este esfuerzo, ya que a él corresponde la mayor parte de aquella conquista que parecía no lograrse jamás. El dramaturgo admirable De la noche a la mañana, el humorista fino e intencionado de Roque Six, fue ganado por el cine, y él ganó a su vez a éste para nuestro idioma. José López Rubio ha desarrollado en Hollywood una labor inmensa, la más interesante que allí se hizo en este aspecto, sin duda alguna: españolizar el cine español.


Un español en el Hollywood de 1930

-¿Cuánto tiempo estuvo usted en Hollywood?
-Cinco años. Fui en el mes de agosto del año 1930, contratado por la Metro Goldwyn, en unión de mi colaborador Eduardo Ugarte. Llevaba un contrato por seis meses, prorrogable hasta dos años, a voluntad de la Casa, naturalmente.

-¿Qué obligaciones le imponía el compromiso?
-La de escribir el diálogo de las versiones españolas, que no eran sino fidelísimas traducciones de películas yanquis.

-¿Cuáles fueron sus primeros trabajos en este sentido?
-Madame X, una película muy mala, de Ernesto Vilches, que se tituló Su última noche, y El proceso de Mary Dugan.-¿Y después?-Después vino la suspensión de la producción en la Metro. Yo había terminado mi contrato, y me dediqué a esperar.

-¿A qué causa obedeció aquel fracaso?
-¡Si no existió tal fracaso! Comercialmente, se entiende. Las películas habían dado dinero; pero hubo algo de miedo, y, desde luego, mucha desorientación. En lugar de buscar asuntos más apropiados para nuestro público y contratar buenos actores, que era el camino lógico, decidieron suspender la edición. Claro es que muchos de los elementos españoles tuvieron la culpa. Rompieron con toda disciplina, dieron lugar a tantos disgustos, que entre las gentes del Estudio se hizo popular una interrogación: "¿Qué? ¿Sin novedad en el frente español?".

-¿Cuándo pasó usted a Fox?
-Al poco tiempo. Allí volvimos a reunirnos algunos de los que estuvimos contratados en Metro, y entonces se filmó la primera obra directa en español: Mamá, de Martínez Sierra, cuyo diálogo adapté. Ya bajo contrato con esta editora hice Mi último amor, El carnet amarillo y Marido y mujer.

-¿Luchó con las mismas dificultades que en Metro?
-Al principio, sí; pero después de confiaron a nosotros, en vista de los resultados. La lucha fue tremenda. Los sudamericanos que se movían en los Estudios se proclamaban poseedores del verdadero español, y desde las columnas de los periódicos mejicanos que se publicaban en Los Ángeles hacían contra nosotros una guerra cruel. No desaprovechaban medios para lograr que los españoles fuéramos eliminados. Parte de esta lucha dio como resultado la suspensión de los trabajos en Fox. Se dieron por finados todos los contratos, y yo regresó a España.

-¿Por mucho tiempo?
-No. A los veinte días de estar en Madrid fui llamado de nuevo por Fox. Marché a París, y allí me reuní con algunos elementos directivos de la Casa. Cambiamos impresiones sobre la marcha que debía darse a la producción española, y volví a Hollywood con una libertad de acción que no tuve hasta entonces.

-¿Qué films hizo en esa etapa?
-Primeramente, El último varón sobre la tierra, cuya adaptación y diálogo escribí sin ninguna limitación. Este trabajo lo realicé en día y medio, y la película tardó en rodarse medio mes. A partir de aquel momento, en Fox se trabajó con verdadero entusiasmo, por parte de todos. Con José Mojica hice El caballero de la noche y El rey de los gitanos. Llamé a Jardiel Poncela, que llegó al poco tiempo, y satisfechos, y robusteciéndose cada vez más nuestro crédito artístico, esperamos a Catalina Bárcena y a Gregorio Martínez Sierra. Casi sin interrupción se rodaron Primavera en otoño, La viuda romántica, Yo, tú y ella, La ciudad de cartón y No dejes la puerta abierta. Luego me quedé solo, y durante este tiempo hice Granaderos del amor y Un capitán de cosacos. Más tarde, en el tercer viaje de Catalina, Señora casada necesita marido, Julieta compra un hijo y Asegure a su mujer. Ya la llegada de Rosita Díaz, Rosa de Francia, que fue la última película española rodada en Hollywood.

-El producir o pretender producir luego más películas españolas debió acarrear dificultades sin cuento, ¿no?
-Ciertamente, el principal obstáculo estaba en la confección de los repartos. No era posible hacer uno acertado porque no había actores aparentes. Las figuras principales se defendían muy bien; pero el escollo invencible eran los papeles secundarios. Además, los yanquis que tenían intervención en las versiones españolas nos desconocían totalmente. ¡Todo lo español lo veían en andaluz, y más que en andaluz, en sevillano! Recuerdo que en una pequeña biblioteca del Estudio tenían el España y la Historia del Arte en España; pues bien: muchas veces me dieron ganas de quemarlas, y en más de una vez los arrojé iracundo contra la pared, pues sin más referencias que ellos -lecturas mal digeridas- , pretendieron algunas veces destruir mis opiniones sobre cómo debía hablarse el español y cuáles eran las condiciones que debían reunir las películas que se ofrecieran a nuestro público. ¡Gracias a que, como ya le he dicho, poco a poco fueron convenciéndose, mejor dicho, creyendo en nosotros, y nos dejaron en libertad!

-¿Se adaptaban pronto los españoles a la vida de Hollywood?
-Allí se pasa, irremediablemente, por un proceso de aclimatación. Gana enseguida la belleza, la exhuberancia, el encanto infinito de aquella región sin igual; pero a los dos meses se nota una depresión. El clima, bajo, húmedo, quita fuerzas; le deja a uno como vacío. Y a ello se añade el aislamiento que produce el desconocimiento del idioma. Pasado este momento, la vida se desliza agradable, siempre igual.-¿Qué impresión tiene de Hollywood?-Hollywood es la ciudad perfecta, la ciudad construida en el campo. Su medio millón de habitantes tiene a cinco minutos de automóvil la tranquilidad y la belleza de la vida campestre. En aquel clima delicioso -sólo llueve una semana, en diciembre o enero- no notamos, como aquí, la marcha del tiempo, regulada por las estaciones. En Hollywood se vive en perpetua primavera. Su vida social es una democracia bien entendida. No hay forma de distinguir fuera del trabajo a la mecanógrafa o al empleado del magnate. Todos hacen una vida muy semejante.

-Y los americanos, ¿qué le parecen?
-Son unos niños grandes, realmente. Enérgicos y optimistas. Siempre sonríen. Cada uno sueña con hacerse millonario; pero no por influencia o el favor, sino por su propio esfuerzo. Poseen una confianza ciega en sí mismos. Lo que no hay en América es americanos, o sea el descendiente directo del indio. Allí todo el mundo hace gala de su ascendencia europea, y evita cruzarse con el indio. Estados Unidos tiene un problema de razas de difícil solución.

-¿Qué vida hacen en Hollywood las estrellas?
-Se ha hablado mucho de las excentricidades de la gente del cine, y esto tiene una explicación, hasta si se quiere lógica. Casi todas las estrellas famosas son personas que están cobrando un sueldo superior a sus merecimientos. Se encuentran de repente nadando en la abundancia, trabajando mucho y confinados en Hollywood. Todo esto crea en ellas la excentricidad: tener seis automóviles, una jauría de lujo, un hotel con las cosas más absurdas, etc. Las estrellas viven en Hollywood en pequeños grupos, y se divierten cuanto pueden. Yo pertenecía al de Gloria Swanson, y a él eran asiduos Ruth Chatterton, Grace Moore, Ronald Colman, Mauricio Chevalier, Robert Montgomery, Merle Oberon y Richard Barthelmess; pero donde todo el mundo se encuentra es un salón llamado El Trocadero, que está de moda ahora. En estas pequeñas reuniones los artistas se muestran simpáticos, naturales, tal cual son. No así cuando asisten a un party de gala. Entonces varían enteramente. Las mujeres rivalizan por ver quién viste mejor, y adquieren unos y otros una afectación exagerada. Allí todo el mundo tiene una pose que sostener.

-Me hablaba de Ronald Colman. ¿Qué impresión se llevó de su viaje por España?
-Maravillosa. Está haciendo allí una gran propaganda a favor de nuestro suelo. Piensa volver. Y, sobre todo, habla de la mujer española con un entusiasmo, con una admiración que a todos no ha hecho suponer si se habrá enamorado aquí.

-Y usted ahora, ¿seguirá dedicado al cine?
-Por entero. Pienso hacer también algo de teatro; pero despacio. En estos momentos preparo el rodaje de La malquerida, para Ufilms. Es la adaptación cinematográfica que he hecho con más miedo.


Entrevista de F. Henández-Girbal
Recogida en el número 97 de la revista semanal Cinegramas. Madrid, 19 de julio de 1936

Esa visible oscuridad

William Styron (1925-2006) ha dejado varias novelas que le convierten en uno de los principales escritores de la literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, en esta ocasión la obra aquí reseñada aparece dentro de un género que se puede decir que no fue muy transitado por el que fuera Premio Pulitzer de 1968. Se trata de Esa invisible oscuridad, subtitulada Memoria de la locura, acorde con una dramática experiencia del autor, utilizada en principio como conferencia en un simposio sobre problemas psiquiátricos, que en el caso de Styron se centraba en la depresión que sufrió a partir de 1985 y le obligó a internarse en un hospital para hacer frente a tanto sufrimiento.

Al final del libro, después de un interesante repaso por almas y cuerpos torturados por el mismo sufrimiento, principalmente de los de personas del ámbito artístico: escritores, cineastas y pintores, el autor recoge a modo de ejemplo los acertados versos de quien como él entró en el territorio de la depresión, Dante Alighieri, que dejó escrito en su obra más conocida, es decir en la Divina Comedia: A mitad del camino de la vida/ Vine a encontrarme en una selva oscura,/ Con la derecha senda ya perdida. 

El primer aviso de comienzo de su caminar hacia el encuentro no deseado de esa visible oscuridad se produjo en el caso de Styron en el año 1985, en París, ciudad en la que vivió una temporada durante sus comienzos de escritor, conocido entonces en su país de origen como una de las más firmes promesas de la narrativa estadounidense, lo cual llegaría producirse mucho antes de ser alcanzado de lleno por la enfermedad. Hay que recordar que, tras la publicación de Tendidos en la oscuridad (1951), hubo, entre otras importantes obras, La larga marcha (1952), Esta casa en llamas (1960), Las confesiones de Nat Turner (1968) y La decisión de Sophie (1980). 

Fue tras la publicación de La decisión de Sophie, llevada al cine con éxito, cuando Styron comenzó a sentirse acosado por trastornos psiquiátricos que incluso le llevaron a pensar en el suicidio, por eso no es extraña la comprensión recogida en sus páginas de aquellas personas que tras fracasar en su abordaje del sufrimiento decidieron quitarse la vida.

 El escritor salió al final de ese oscuro túnel llamado depresión, en otros tiempos melancolía, que afecta a todo tipo de personas. Sobre su explicación a los pacientes no hay una descripción exacta sobre el mal, sobre su origen. Todo se limita al ataque de los síntomas. La ciencia ha dado una explicación al hecho de por qué unas personas sucumben ante la enfermedad y otras resisten y logran salir.

Al final de Esa visible oscuridad, Styron vuelve a utilizar los versos de Dante para recordar que después de haber soportado la desesperación más allá de la desesperación "otra vez contemplamos las estrellas". Según el escritor de Virginia, para los que han morado en la selva oscura de la depresión y conocido su indescriptible agonía, su retorno del abismo no es diferente al ascenso del poeta, subiendo penosamente más y más hasta salir de las negras profundidades del infierno y emerger por fin a lo que él percibió como el claro mundo. "Allí, quien haya recobrado la salud, ha recobrado casi siempre el don de la serenidad y la alegría, y tal vez ésta sea recompensa suficiente por haber soportado la desesperación más allá de la desesperación”

William Styron a nivel literario no volvió a escribir una novela como las que antes de su enfermedad le habían dado fama; según algún conocido, el combate contra la depresión duró hasta sus últimos días, lo cual, no obstante, a pesar de su fama de solitario y defensor de su intimidad, no le impidió ayudar a personas víctimas de esa visible oscuridad tan brillantemente descrita por el escritor estadounidense.

viernes, 14 de junio de 2013

La música, con letra entra

La editorial Júcar puso en marcha la colección Los Juglares con la intención de dar a conocer la canción, entonces, llamada protesta, luego de autor, cuando todavía la censura se cebaba sobre muchos de los nombres que ocupan ahora las portadas de unos libros descatalogados en la mayoría de los casos, papel de rastrillo o de librería de viejo, pero que aún pese a su evidente desgaste sigo leyendo de vez en cuando para adentrarme en las canciones que me acercan a sueños y realidades presentes en generaciones muy alejadas de, por ejemplo, los años en que salieron los primeros discos de Bob Dylan, Jacques Brel o Joan Manuel Serrat, los tres primeros cantantes que aparecieron en la citada colección.


En recuerdo de Los Juglares, nombro algunos de los libros que ocupan un lugar destacado en los anaqueles de mi biblioteca y son, a menudo, motivo de consulta por muchas razones en las que no falta, por supuesto, el simple goce de leer la letra de una canción escrita en principio en un idioma desconocido, pero común a la sensibilidad de quien escribe.

Descifré lo que decían las canciones compuestas e interpretadas por Jim Morrison, David Bowie, Frank Zappa, Jackson Brown, Leonard Cohen, Simon y Grafunkel, Kris Kristofferson y The Rolling Stones, entre otros, cuando no eran en mi propio idioma las letras de tangos, corridos, blues, rock  o canciones de Daniel Viglietti o Vinicius de Moraes, por citar un par de latinoamericanos.

La colección me informó sobre otros estilos musicales que se produjeron o producían fuera de España. Donde no llegaban los escasos y sesgados datos de los medios audiovisuales, estaban los libros que adentraban al lector en el blues, el gay rock o el rock ácido de california, por ejemplo.


Sin embargo, nunca olvido las canciones de gentes de España, sobre todo aquellas surgidas con la década de 1960, algunas ya olvidados, otros desaparecidos para siempre, y unas pocas aún en el candelero. De acuerdo que no están todos, pero también es verdad que constituyen un importante listado de voces que se pueden escuchar con deleite en cientos de grabaciones, algo que cuando salieron los primeros números de Los Juglares no se producía totalmente, por razones evidentes de la época que ahora no voy a recordar.

Pero, dejo de lado las batallitas y vuelvo a los libros mencionados, desde el dedicado a la Nueva Canción en Castellano hasta el de Joaquín Sabina. En el medio aparecen gentes de Cataluña -la pionera en la moderna canción de autor-, Andalucía, Madrid y Aragón. Todas las obras abordan muy bien en un pasado no muy lejano que nos habla en un idioma claro que se entiende, por el que no pasa el tiempo, pero que, a la vez, nos acerca sentimientos presentes como la alegría, la melancolía, la frustración, el amor... 



En fin, como dijo alguien, la canción a veces es la mejor manera de acercarse a una sociedad pues a través de ella se hace presente todo aquello que los tratados de historia no incluyen en sus páginas. Por eso entono una vieja canción que dice: Pueblo de España, ponte a cantar. Pueblo que canta, no morirá.

martes, 7 de mayo de 2013


 Vicente  Blasco Ibáñez


Desde mi adolescencia, por encima de modos y modas, periódicamente vuelvo a la escritura de Vicente Blasco Ibáñez (Valencia, 1867 - Menton-Costa Azul francesa -, 1928). a quien leí por primera vez en la inolvidable edición de sus obras completas llevadas a cabo por Aguilar, unos gruesos tomos, tres en total, de tapas de piel y letras doradas en las mismas.

Desde entonces, a mi manera, clasifiqué sus libros según el contenido de los mismos. Unos naturalistas ambientados en su región de origen tanto en lo urbano, Arroz y tartana, como en lo rural, Cañas y barro. Sin duda, junto con La Barraca forman la trilogía más acertada del autor. Otras obras son las de temática social, La catedral, con la consiguiente carga contra el clero y la jerarquía eclesiástica, lo cual no dejaba duda de las ideas del escritor valenciano, escorado al republicanismo combativo y vehemente opositor a la monarquía.

En su haber literario, hay además novelas de aproximación histórica, tan de moda en la actualidad y también en aquel año de 1901, cuando se publicó Sónnica la cortesana, que tienen como fondo Sagunto y su destrucción por los cartagineses.

Especializado en los tiempos largos, Blasco Ibáñez también abordó el relato corto, Cuentos valencianos, es el título de los mejores del ilustre masón, republicano, millonario, preso, conspirador, empresario, periodista, que, a pesar, de ser rechazado por los escritores más intelectuales de su generación y de las siguientes, en especial de los denominados del 98, fue de los pocos que vivió del trabajo de escribir. No le pudieron perdonar, los más resentidos, el éxito por las ventas de sus libros y adaptaciones de sus novelas al cine de Hollywood. Pero además de moverse como pez en el agua dentro del periodismo de su época, incluida su presencia como corresponsal en las trincheras de la I Guerra Mundial, Blasco Ibáñez fue investido doctor honoris causa por la universidad de la capital de Estados Unidos. 

La envidia es mala consejera, sin embargo, ese defecto, tan abundante entre los ibéricos, no impidió que Blasco Ibáñez, aunque furibundo republicano, fuese uno de los autores más leídos durante el franquismo, incluso alguna obra suya estuvo prohibida mucho antes de ese infame periodo de tiempo, pero no por ello desaparecida como La araña negra. 

Desde aquí reivindico al escritor para que se recuperen libros que ilustran esta pequeña aproximación a la obra del universal valenciano, considerado tosco por unos y disparatado por otros. En mi caso, llegué al final de esas obras de tapas coloreadas con coloridoss sorollescos.

.De acuerdo, no son todas las que están, se pueden añadir las de ambientación cosmopolita, viajes y sobre la guerra, pero es mejor ir poco a poco adentrándose en los libros de Blasco Ibáñez.


jueves, 4 de abril de 2013


Isabelle Eberhardt, una biografía

¿Qué llevó a una mujer de 20 años, como Isabelle Eberhardt (1877-1904), al norte de África a finales del siglo XX? Explicaciones las hay, algunas convincentes como las que recogen el libro Isabelle Eberhardt. Biografía, de la egipcia Eglal Errera, en Editorial Circe. Una obra que sirve para ahondar en la faceta literaria de la escritora nacida en Suiza que adoptó la lengua francesa y profesó el islamismo 

Muchas pueden ser las respuestas, aunque la principal causa de la huida, más bien búsqueda, se enmarca en las ansias de libertad y alejamiento del opresivo hogar en Ginebra (Suiza). En la singular mansión paterna, Isabelle dio sus primeros pasos y adquirió un heterodoxo bagaje cultural fruto de las enseñanzas de su padre, un anarquista de carácter atrabiliario y origen armenio. De la pasión por la cultura islámica,  surgió el viaje y posterior desembarco en Argelia, junto a su madre, huyendo también en parte del violento carácter paterno. Ex pope de la iglesia ortodoxa, Alexandre Trophinowski, salió de la Rusia zarista con la madre de Isabelle y los tres hijos de la dama habidos del matrimonio con el general Paul Carlowitch de Moerder, quien nunca renunció al amor de su esposa. La mujer del general parió en Suiza a Isabelle, pero Alexandre nunca reconocería esa paternidad.

Preparada tanto para el trabajo físico como para la creación literaria, la joven Eberhardt pierde pronto a su madre en la aventura argelina, lo cual no constituye un inconveniente, porque en seguida Isabelle comienza su vida nómada. Convertida al islam, dentro de la corriente qadriya, fija definitivamente, salvo algún viaje esporádico a Europa, su residencia en territorio argelino, todavía en proceso de colonización por parte de Francia. Su fe islámica contrastaba con su anticonvencional modo de vida.

Libre de prejuicios, fumadora de kif, bebedora, desinhibida y a menudo travestida de beduino se dedicó a escribir con pasión sobre el mundo que amaba sin por ello dejar de recorrer a caballo rutas desconocidas para los europeos ya fuera con el ejército francés, en compañía de nativos o a solas. Su particular forma de vida no pasó inadvertida tanto para nativos como para las autoridades francesas. Sufrió un atentado de un fanático musulmán que casi le cuesta la vida y fue acusada de espía por los franceses. "En cuanto a mí, sólo deseo tener un buen caballo, compañero mudo y fiel de una vida soñadora y solitaria, algunos servidores, casi tan humildes como mi montura, y vivir en paz, lo más lejos posible de la agitación -en mi opinión, estéril- del mundo civilizado, en el que me siento de más.


El nomadismo de Isabelle, que firmaba sus escritos como Mahmoud Essadi, tampoco le quitaba tiempo para desarrollar su pasión por las letras, bien colaborando en diarios, anotando sus diarios o escribiendo narraciones sobre el desierto y sus gentes. Tuvo tiempo de casarse con un argelino enrolado en el ejército francés, hasta que la enfermedad y los excesos fueron minando su agraciado físico, agudizados seguramente por su estoicismo y ausencia de celo por una vida cómoda. En sus últimos años vivía casi de la ayuda de conocidos y amistades. Una de las pocas fotografías a la puerta de su casa muestra a una Isabelle envejecida y deformada por los ropajes beduinos que nunca abandonó.

"Lo que tantos soñadores han buscado, lo ha encontrado gente más sencilla. Más allá de la ciencia y del progreso de los siglos, bajo las cortinas levantadas del porvenir, veo pasar al hombre futuro... Y comprendo también que uno pueda acabar en la paz y el silencio de alguna zaouia del sur, acabar en éxtasis, sin deseos ni añoranzas, frente a espléndidos horizontes". Mogreb.

El final le vendrá por sorpresa cuando descansaba en su choza en la localidad de Ain Séfra, Tenía 27 años. A partir de entonces comenzó la leyenda de la denominada amazona del desierto, cuya mitificación humaniza Eglal Errera con el aporte de los ya mencionados diarios y relatos escritos por Isabelle Eberhardt y recuperados debajo de los escombros que la habían matado durante una sorpresiva riada. "Quizá el intenso hechizo de la vida venga de la certidumbre absoluta de la muerte. Si las cosas durarán nos parecerían indignas de apego". Nostalgias. Este es uno de los tantos textos de Isabelle, quien hasta el último momento no perdió su interés por la escritura, a la cual, seguramente aportaría interesantes pasajes como los de dejó fruto de su deambular por tierras entonces poco conocidas. La lectura de sus obras sirve para recalcar que la temprana muerte truncó su arte literario.

Obras en francés:
  • Sud Oranais, 1905, J. Losfeld, Paris, 2003
  • Notes de route : Maroc - Algérie - Tunisie, 1908
  • Pages d'Islam, 1908
  • Trimardeur, 1922
  • Dans l'ombre chaude de l'Islam, 1921
  • Mes Journaliers, 1923
  • Amara le forçat, l'Anarchiste, 1923
  • Écrits sur le sable, édité par Marie-Odile Delacour et Jean-René Huleu, Paris, éd. Grasset, 1988-1989.
  • Rakhil, un roman inédit, La boite à documents, 1996.
  • Au Pays des sables (1re édition sous le titre Contes et paysage, 1925), J. Losfeld, Paris, 2002
  • Écrits sur le sable, édité par Marie-Odile Delacour et Jean-René Huleu, Paris, éd. Grasset, 1988-1989.
  • Amours nomades, éditions Joëlle Losfeld, 2004

Pincha debajo y podrás descargar gratis la obra Amores nómadas.




lunes, 25 de febrero de 2013

150 aniversario de la publicación de Cantares Gallegos (Vigo, 1863), de Rosalía de Castro





Fuente reproducida: Número 3, agosto-septiembre 1980, de Los Cuadernos del Norte

Pulsad Crtl+ para una mejor lectura de las páginas reproducidas

martes, 12 de febrero de 2013


Escobar

Josep Escobar i Saliente (1908-1994)  es uno de los grandes dibujantes de la historieta española que cuenta con una abundante obra artística que comenzó en la década de 1920, pero que tuvo su punto álgido en la editorial Bruguera, sobre todo a partir de los años 40, lo cual no impidió participar en otras revistas juveniles hasta los últimos años de su vida, como Tio Vivo y Guai, respectivamente, por citar dos de las muchas en que dejó sus personajes, algunos de los cuales le han sobrevivido y continúan recibiendo el apoyo de los lectores.

Sin entrar en disquisiciones sobre los personajes más representativos y arquetípicos de diferentes épocas creados por el polifacético Escobar, a continuación dejó unas cuantas páginas del dibujante. Viñetas, al fin y al cabo, que animaron y animan el tiempo de ocio de gente de todas las edades.








domingo, 27 de enero de 2013





Víctor Mora, novelista

Víctor Mora Pujadas (Barcelona, 1931) es un polifacético escritor al que conozco desde que leo tebeos, es decir muchos tiempo, pues pertenezco a una generación orgullosa de haber seguido con entusiasmo a personajes míticos como El capitán Trueno, El Jabato, El cosaco verde, El corsario de hierro, El sheriff King, Dani Futuro y Sunday, a los que he colocado siguiendo más o menos un orden cronológico que comienza a comienzos de los sesenta y termina anteayer, cuando releí las aventuras de Sunday. Todos ellos cobraron vida literaria gracias a los guiones que Mora aportó a los mejores dibujantes de la historieta española desde los años cincuenta.

En esta ocasión, sin embargo, no me voy a centrar en la solvencia como guionista de cómic que Mora ha demostrado desde muy joven. El caso es que fui consciente de su faceta de escritor desde hace unos años, pero nunca me dio por leer libros de tan entrañable escritor. Así que el otro día, en una tienda de libros, no pude resistir la tentación y me hice, tras el pago correspondiente, con dos novelas de Víctor: La mujer de los ojos de lluvia y El tranvía azul.

La mujer de los ojos de lluvia traslada a la Barcelona preolímpica de 1993, donde habitan y pasean personajes de diferente pelaje, desde el especulador inmobiliario a una joven víctima de maltrato. En fin, todo un un mosaico de una gran urbe donde se encuentran todos los ingredientes necesarios para que la corrupción ocupe el lugar predominante dentro de una sociedad en decadencia moral.

 El tranvía azul constituye el recorrido por la misma ciudad de la anterior novela, pero en la década de 1950, cuando comienza el desarrollismo franquista. Dos obras que me han abierto la senda a la obra hasta hace poco desconocida y de un autor a seguir en lo sucesivo.


Una revista con nombre de bebida

El mes de marzo de 1981 salía a la calle la revista policíaca y de misterio Gimlet, al precio de 200 pesetas (1 euro y 20 céntimos más o menos de ahora), proyecto que tendría continuidad hasta 14 números (abril de 1982), bastante tiempo para una publicación periódica que no entraba dentro de los cánones de la prensa de aquellos años de modernidad mal entendida.

 Con un plantel de enamorados de la literatura negra y de misterio, bajo la dirección de Manuel Vázquez Montalbán, Gimlet ayudó a comprender otro tipo de escritura, considerada subgénero y no incluida en los textos escolares. Pero para dignificar el género estaban, además del aludido director, otras personas que conocían y conocen a fondo el género policial, entre otros, Javier Coma, José Luis Guarner, R. Muñoz Suay, Jaume Perich y Salvador Vázquez de Parga, así como corresponsales en Nueva York, Eduardo Mendoza; París, Óscar Caballero, y Londres, Rosa Massegué.

La revista informaba, formaba y entretenía. En esa línea estaban las diferentes secciones de la misma. Había humor gráfico, diccionario, cine, gastronomía, artículos especializados de amantes de lo policíaco y el misterio en la literatura. Cada número ofrecía asimismo relatos de lo más variados (Patricia Highsmith, Juan Madrid, José María Carandell o Stanley Ellin, entre docenas, por ejemplo). A todo lo referenciado se añadían las fotografías, diseño y hasta una publicidad bastante escogida. El atractivo de la publicación estaba tanto en su exterior, con portadas muy artísticas, como en el interior. Fue una pena que no tuviese continuidad.

Por cierto, en todos los números en la página del sumario estaba escrito: "Estábamos sentados en un rincón del Bar Víctor bebiendo Gimlets. "El verdadero Gimlet -dijo-, está hecho mitad gin y mitad de jugo de lima de Rose y nada más. Deja chiquito al martini."(Philip Marlowe, en El largo adiós, de Raymond Chandler).


A continuación, el editorial, escrito por Manuel Vázquez Montalbán, incluido en el número de presentación de la mencionada revista.

Música para maniáticos o música para todos. Esta es la cuestión. Gimlet es el nombre de un cocktail que, al pasar, se toma un personaje de Chandler. Es una palabra fugaz, que deja una memoria fugaz, una huella apenas en la conciencia del lector. Este es el truco básico de la "novela negra". No se retiene al lector, pero de pronto se le da un suave toque, se le marca con un nombre, un gesto, una respuesta, un carácter, una melena, una especial manera de subrayar la realidad con una Beretta o un lápiz de labios.

El título de la revista tiene música de cultura gratuita. Un cocktail, una novela de negras aventuras modernas. Gratuita e inocente, como la gastronomía y el paso de baile final de Lauren Bacall en Tener o no TenerGimlet apuesta por una tierra libre para la cultura lúdica, para un tipo de literatura que enseña las mentiras y pide para ellas la sonrisa cómplice de los embusteros. En la confianza de que todos somos embusteros, dentro de lo que cabe, Gimlet es una revista con voluntad y esperanza de mayoría. Esperanza de mayoría que sería prueba y efecto de higiene social, porque la salud de una comunidad puede medirse por el amor o desamor a las culturas lúdicas e inocentes, al paso final de Lauren Bacall en Tener o no Tener.

Dedicada a la novela policíaca en primer lugar, a la novela de aventuras en todos los lugares restantes, a la imaginación y la imaginería de las artes aplicadas a banalizar la dialéctica entre el bien y el mal social, Gimlet no viene a llenar una laguna sino un océano, en la playa chapotean las comedidas bañistas postvictorianas de Agatha Christie y en alta mar nadan los negros personajes de Chester Himes, a la vez Balzac y Zola de una de las cloacas del sistema. Y por el camino aquella vez en que va Bogart y dice... o sale la Bacall y se lo mira al tío así... o a Robert Mitchum se le dispara la ceja en ángulo agudo y... La novela policíaca implica una toma de posición y una reflexión sobre el mal social en el mundo contemporáneo, pero tampoco hay que exagerar, amigo, si quiere documentarse sobre el mal social lea otra cosa. La novela policíaca, y el cine que le ha dado carne, se limitan a ofrecer un paisaje moral sobre el que mueven personajes a los que se les escapa la risa porque saben que lo son.

Tal vez habría que decirlo. Sin duda hay que decirlo. Me parece que voy a decirlo. Gimlet no pretende cambiar el mundo; si acaso aspira ayudar a contemplarlo sin prisas pero sin pausas, como contempla Marlowe a las víctimas y los verdugos que le rodean. Amos y esclavos. Víctimas y verdugos. Estas verdades de fondo serán contempladas a través del filtro ocular de una copa de Gimlet: 1/3 de limón, 2/3 de ginebra, 2 gotas de ajenjo, 1/2 cucharada de azúcar, hielo, una rodaja de limón; se sirve en vaso estrecho.








Manuel Vázquez Montalbán

Fotografía de María Espeus