Editoriales para siempre
Las editoriales nacen, crecen y, muy a menudo, desaparecen, aunque en mi opinión no me refiero a la cruenta competencia que mantienen en la actualidad con nuevos formatos de lectura promovidos por las nuevas tecnologías. Creo que el libro en el formato de siempre, recuerdo la Galaxia Gutemberg, se va a mantener por los siglos de los siglos, aunque no en la cantidad que se produce en la actualidad la letra impresa. El cine, allá por comienzo del siglo XX, fue saludado con agresivas actitudes por algunos escritores que veían peligrar su posición, si no me equivoco el superventas Gorki era uno de ellos.
A lo que iba, digo que las editoriales mueren, por desgracia en muchos casos por falta de éxito, eso me imagino que le pasó a Ediciones del Cotal, allá por la década de los setenta, cuando su cuidado diseño de portada y un distintivo muy apropiado llamaron la atención de no pocos lectores, entre los que me incluía yo. Marketing aparte, lo que más me atrajo fueron los autores como era el caso del primero en que puse mi vista cuando vi la colección ya expuesta en alguna librería que, si mal no me equivoco, era una de las casetas de las cuesta de Moyano, en Madrid, lugar de paseo de muchos literatos, entre otros el enboinado Baroja, quien desde hace años cuenta con una estatua en dicho lugar.
El primer libro fue del poeta galés Dylan Thomas de quien ya conocía otros relatos y su poesía completa, con lo cual el disfrute con Las hijas de Rebeca no pudo ser mejor. Luego fueron cayendo otras obras en mis manos editadas por Del Cotal como fueron las de Stevenson, Katherine Mansfield, Maupassant, Fenimore Cooper o James Cain, entre otros y otras, que fui encontrando en resto de ediciones en ferias del libro antiguo y usado.
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