sábado, 7 de abril de 2012


El Miguel Hernández que no cesa
Los apuntes de literatura de aquel ilusionado muchacho de 16 años en el instituto están aún guardados en el bloc de color azul dentro del escritorio donde solía estudiar. Es la poesía de Miguel Hernández (1910-1942) leída y releída en el caso de El silbo vulnerado, desentrañada en los que abren este post hasta el último fonema cual cadáver en la sala de la morgue; pero ¡no! la poesía del escritor de Orihuela está viva aún encima de efemérides, partidismos y polémicas, y sirve para acompañar cuando se quiere subir a esas cumbres más hermosas de las que hablaba e poeta cuando se refería a la lírica.


Sobre El rayo que no cesa estoy de acuerdo en que es "un libro lleno de retórica ante el cual no obstante, el poeta no humilla su inspiración ni su arrebato sino que se aprovecha de sus recursos técnicos para mejor expresar, servir y verter la pasión y la dolorosa voz que lo circunda. Con esta obra el mundo poético de Miguel Hernández se puebla de broncos acentos, de resplandores trágicos", dijo en su día Concha Zardoya. Por mi parte, reconozco que Hernández pasó como una estrella fugaz que con su luz alumbró a una de las etapas más brillantes de la poesía española, dramáticamente apagada por la cruel guerra civil de 1936-1939.

En relación con el sangriento enfrentamiento que durante tres años produjo muertos, destrucción y caos, hay que destacar que Hernández fue uno de los poeta militantes que participó en la defensa de la República desde su militancia izquierdista, pero en los versos de El rayo que no cesa están presente más que nada sonetos de temática amorosa dedicados a la que iba a ser su esposa Josefina Manresa sin que falten la pena, la muerte, la angustia, la soledad, entre otros, aunque la unidad métrica de la obra se rompe en tres ocasiones, sobre todo con la elegía a la muerte de su amigo Ramón Sijé que comienza con los inolvidables versos:

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.


Sin duda, El rayo que no cesa sirvió a Hernández para continuar su evolución lírica que iba a estar marcada por la guerra, la esperanza, la derrota, la cárcel, la solidaridad, asuntos que convirtieron al poeta de Orihuela en uno de los más leídos de su época, porque como decía: "Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas", a pesar de que Hernández intuyera desde muy joven su trágico destino.

El dramaturgo Antonio Buero Vallejo (1916-2000) que realizó uno de los retratos más conocidos de Miguel Hernández, hecho en la galería de condenados a muerte en la cárcel madrileña de Conde de Toreno, publicó en 1992 el artículo titulado Mis recuerdos de Miguel Hernández. En él se mencionan los encuentros entre Buero y Hernández durante un tiempo convulso y en condiciones dramáticas: "Coincidí con él tres veces. La primera fue en 1938, en Benicasim, donde yo estaba trabajando y él había ido a convalecer de un gran agotamiento; comíamos en la misma mesa, pero yo estaba tan sobre mi trabajo y él tan en sus ocios que apenas cambiábamos unas pocas palabras.

Después fue en Madrid; en la prisión de Conde de Toreno. Vivimos unos diez meses juntos en la galería de condenados a muerte. Esta fue la etapa más interesante de nuestra relación. En noviembre de 1940 hubo en tercer encuentro en Yeserías, donde nos enteramos que Miguel estaba en la sección de transeúntes; algunos amigos, burlando la vigilancia, conseguimos verlo; cambiamos apresuradas impresiones durante quince minutos y no le volvería a ver más.

Recordando la etapa de Conde de Toreno en Madrid advertí que Miguel era un hombre a caballo entre la alegría y el dolor, entre la luz y la sombra. De tal manera esto es literal, que hay poemas suyos en los que las palabras alegría, luz, sombra, se reiteran constantemente. ¿Por qué? Porque Miguel ya era un gran poeta trágico".

Buero menciona en sus recuerdos como Miguel derrochada sensibilidad en determinada situaciones. "En esta relación carcelaria, su humanidad excepcional no sólo se mostraba en esa faceta jocosa y divertida, sino también su permanente generosidad: si algún compañero le pedía algo, él, si podía se lo daba; y daba lo que mejor podía regalar: poesía.


Recuerdo la anécdota que un compañero me contó: cierto preso miraba preocupado una fotografía de su hija, que dentro de unos días celebraría su onomástica y para la que no tenía que poderle mandar. Miguel, al saberlo, tomó prestada la foto y le dedicó ese precioso poema que se titula "El pez más viejo del río". Este poema, que a primera vista parece un poema menor dentro de la obra de Miguel, no es tal poema menor y expresa magistralmente esa lucha entre le dolor y la alegría del poeta trágico que era. Del grande, dolorido y solidario hombre que fue".


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