Dos de la misma condición
Mujeres de dictadores
Juan Gasparini
Península/Atalaya
196
Barcelona
2002
El refranero popular de España es una fuente constante que personas de toda índole utilizan para hacer una descripción rápida de lo relacionado con lo humano y sus circunstancias, hábito sobre la necesidad de llegar al fondo de una cuestión sin extenderse en reflexiones profundas. Así existe el que dice: "Dos que duermen en un colchón, se vuelven de la misma condición", lo cual significa que la convivencia estrecha de los cónyuges suele traer como consecuencia que acaben coincidiendo en actitudes y modo de pensar. De eso trata el libro Mujeres de dictadores, del periodista y escritor argentino Juan Gasparini (1949).
La obra sirve a su autor para trazar los perfiles de dictadores contemporáneos de acuerdo con los retratos de sus mujeres. Éstas demuestran que los dictadores del fin de siglo pasado no las contemplan en un segundo plano, como a menudo trasmiten las biografías interesadas. Más bien, como indica Gasparini, el egocentrismo, la arrogancia, el desamor y la manipulación adorna el follaje de los supuestos cuentos de hadas sobre los matrimonios de los dictadores, lugares en los que abundan la pasión y la crueldad. De eso sabían bastante Agusto Pinochet, Ferdinand Marcos, Rafael Videla, Sloboan Milosevic, ya desaparecidos, y también Fidel Castro y Alberto Fujimori, ya jubilados de sus funciones de mandatarios, el primero en algún lugar de Cuba recordando sus tiempos de grandeza y el otro en prisión en su Perú natal.
Las investigaciones históricas y periodísticas son fundamentales para ahondar en el ámbito de los dictadores y, con semejantes apoyos, no es imposible extraer bastante información sobre las mujeres que han poblado la vida afectiva, si en algunos casos de les puede llamar así de conocidos déspotas. Sobre sus andanzas se podría establecer un relato jocoso, pero el citado libro hace énfasis en que todos tienen tras de sí muchas muertes y mucho sufrimiento mantenidos por poderes ilegítimos en los que también colaboran amplios sectores de la sociedad que en este caso no forman parte de la familia sanguínea de los sátrapas.
Gasparini, antes de entrar en materia, recorre la vereda sentimental de otros dictadores como Antonio de Oliveira Salazar, Stalin, Hitler y Franco. Otros excelentes ejemplos de monstruos que surgieron en un mundo de crisis en el que a veces toman el poder como supuestos liberadores, pero que más temprano que tarde imponen sus conocidos métodos de terror. No son todos los que están ni tampoco la media docena que sirven para dar título al libro, pero sí convincentes por sus fechorías que estremecen al pensar que por mucho que nos informen y recuerden el terror, éste reaparece periódicamente como queda demostrado en las distintos periodos de la humanidad.
Como muestra un botón del amplio vestuario del dictador argentino, el general Jorge Rafael Videla, quien tras su fachada de ultracatólico escondía un auténtico psicópata que para nada temía las llamas del infierno que su religión establece para quienes se salen del rebaño. En relación con su amante, el autor reseña:
"Lyda Lombardi no lamentaba haber declinar de formar pareja y tener hijos. En su corazón estaban ausentes las amonestaciones Sólo cabían halagos para el general Videla por su caballerosidad y patriotismo. Varias fotos de él adornaban su vivienda. Una velaba en la cómoda, cerca de la mesa de luz cuando le llegó la muerte el 2 de enero de 2001. Videla supo del fallecimiento pero no solicitó al juez el permiso legal para asistir al sepelio, no comunicó sus condolencias a los deudos. Lyda fue cremada y sus cenizas esparcidas debajo de un árbol añoso, al costado del aljibe de la Plaza Dorrego. Resta por revelar su correspondencia con Videla. Seguramente, Alicia Raquel -su esposa- supo o no quiso imaginar esta saga en un esposo temeroso de Dios, que comulgaba todos los domingos, católico hasta la médula, incapaz de mentirle, e impensable pecando de adulterio, fornicando a sus espaldas" (página 273).
Mujeres de dictadores
Juan Gasparini
Península/Atalaya
196
Barcelona
2002
El refranero popular de España es una fuente constante que personas de toda índole utilizan para hacer una descripción rápida de lo relacionado con lo humano y sus circunstancias, hábito sobre la necesidad de llegar al fondo de una cuestión sin extenderse en reflexiones profundas. Así existe el que dice: "Dos que duermen en un colchón, se vuelven de la misma condición", lo cual significa que la convivencia estrecha de los cónyuges suele traer como consecuencia que acaben coincidiendo en actitudes y modo de pensar. De eso trata el libro Mujeres de dictadores, del periodista y escritor argentino Juan Gasparini (1949).
La obra sirve a su autor para trazar los perfiles de dictadores contemporáneos de acuerdo con los retratos de sus mujeres. Éstas demuestran que los dictadores del fin de siglo pasado no las contemplan en un segundo plano, como a menudo trasmiten las biografías interesadas. Más bien, como indica Gasparini, el egocentrismo, la arrogancia, el desamor y la manipulación adorna el follaje de los supuestos cuentos de hadas sobre los matrimonios de los dictadores, lugares en los que abundan la pasión y la crueldad. De eso sabían bastante Agusto Pinochet, Ferdinand Marcos, Rafael Videla, Sloboan Milosevic, ya desaparecidos, y también Fidel Castro y Alberto Fujimori, ya jubilados de sus funciones de mandatarios, el primero en algún lugar de Cuba recordando sus tiempos de grandeza y el otro en prisión en su Perú natal.
Las investigaciones históricas y periodísticas son fundamentales para ahondar en el ámbito de los dictadores y, con semejantes apoyos, no es imposible extraer bastante información sobre las mujeres que han poblado la vida afectiva, si en algunos casos de les puede llamar así de conocidos déspotas. Sobre sus andanzas se podría establecer un relato jocoso, pero el citado libro hace énfasis en que todos tienen tras de sí muchas muertes y mucho sufrimiento mantenidos por poderes ilegítimos en los que también colaboran amplios sectores de la sociedad que en este caso no forman parte de la familia sanguínea de los sátrapas.
Gasparini, antes de entrar en materia, recorre la vereda sentimental de otros dictadores como Antonio de Oliveira Salazar, Stalin, Hitler y Franco. Otros excelentes ejemplos de monstruos que surgieron en un mundo de crisis en el que a veces toman el poder como supuestos liberadores, pero que más temprano que tarde imponen sus conocidos métodos de terror. No son todos los que están ni tampoco la media docena que sirven para dar título al libro, pero sí convincentes por sus fechorías que estremecen al pensar que por mucho que nos informen y recuerden el terror, éste reaparece periódicamente como queda demostrado en las distintos periodos de la humanidad.
Como muestra un botón del amplio vestuario del dictador argentino, el general Jorge Rafael Videla, quien tras su fachada de ultracatólico escondía un auténtico psicópata que para nada temía las llamas del infierno que su religión establece para quienes se salen del rebaño. En relación con su amante, el autor reseña:
"Lyda Lombardi no lamentaba haber declinar de formar pareja y tener hijos. En su corazón estaban ausentes las amonestaciones Sólo cabían halagos para el general Videla por su caballerosidad y patriotismo. Varias fotos de él adornaban su vivienda. Una velaba en la cómoda, cerca de la mesa de luz cuando le llegó la muerte el 2 de enero de 2001. Videla supo del fallecimiento pero no solicitó al juez el permiso legal para asistir al sepelio, no comunicó sus condolencias a los deudos. Lyda fue cremada y sus cenizas esparcidas debajo de un árbol añoso, al costado del aljibe de la Plaza Dorrego. Resta por revelar su correspondencia con Videla. Seguramente, Alicia Raquel -su esposa- supo o no quiso imaginar esta saga en un esposo temeroso de Dios, que comulgaba todos los domingos, católico hasta la médula, incapaz de mentirle, e impensable pecando de adulterio, fornicando a sus espaldas" (página 273).
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