Aquellos aventureros con sus llamativos sombreros
Arrinconados en la vieja maleta de madera de aquel tío muerto en plena juventud, que había luchado en la guerra fraticida por que le tocaba por edad. Sin más formación que las cuatro reglas básicas y algunas nociones de gramática, aprendidas con golpes de por medio, se echó a la vida tras un servicio militar infame -después de la guerra en frentes helados y muertos despanzurrados por banderas en las que no creía, ni de uno ni de otro lado-, al fin era un adolescente al que sólo le interesaba encontrar alguna joven con la que hablar.
Pero la maleta le acompañó al último lugar donde se supo que había muerto en accidente evitable de trabajo. Eran los años cincuenta. En aquel cajón alargado, con carteles de mano de viejas películas como adorno a sus tapas, estaban sus escasas pertenencias, menos la pistola que llevaba para defenderse del mundo de lobos y lobas que le tocó vivir. Varias revistas como las de arriba estaban usadas de tanto leerlas. Me imagino que José, en sus pocas horas de libranza, también pensaba en los bosques de las Montañas Rocosas de Canadá, en los desiertos norteafricanos y en el África ardiente. Seguramente esa literatura popular le ayudó bastante a sobrellevar una existencia gris, sin el color de las portadas de las revistas.
Arrinconados en la vieja maleta de madera de aquel tío muerto en plena juventud, que había luchado en la guerra fraticida por que le tocaba por edad. Sin más formación que las cuatro reglas básicas y algunas nociones de gramática, aprendidas con golpes de por medio, se echó a la vida tras un servicio militar infame -después de la guerra en frentes helados y muertos despanzurrados por banderas en las que no creía, ni de uno ni de otro lado-, al fin era un adolescente al que sólo le interesaba encontrar alguna joven con la que hablar.
Pero la maleta le acompañó al último lugar donde se supo que había muerto en accidente evitable de trabajo. Eran los años cincuenta. En aquel cajón alargado, con carteles de mano de viejas películas como adorno a sus tapas, estaban sus escasas pertenencias, menos la pistola que llevaba para defenderse del mundo de lobos y lobas que le tocó vivir. Varias revistas como las de arriba estaban usadas de tanto leerlas. Me imagino que José, en sus pocas horas de libranza, también pensaba en los bosques de las Montañas Rocosas de Canadá, en los desiertos norteafricanos y en el África ardiente. Seguramente esa literatura popular le ayudó bastante a sobrellevar una existencia gris, sin el color de las portadas de las revistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario