viernes, 28 de noviembre de 2014

Editoriales sorpresa

Las editoriales nacen, crecen y muy a menudo desaparecen, aunque en mi opinión no me refiero a la cruenta competencia que mantienen en la actualidad con nuevos formatos de lectura promovidos por las nuevas tecnologías que, de paso, siempre bienvenidas por el adelanto que representa en muchos aspectos relacionados con la escritura.

Lo enunciado anteriormente no me impide recalcar que creo que el libro en el formato de siempre, recuerdo la Galaxia Gutemberg, se va a mantener por los siglos de los siglos, aunque no en la cantidad que se produce en la actualidad la letra impresa, una industria potente que se niega a ceder el testigo a otros competitivos soportes que a menudo utilizamos, también para leer, escribir y archivar. El cine, allá por comienzo del siglo XX, fue saludado con agresivas actitudes por algunos escritores que veían peligrar su privilegiada posición;  si no me equivoco, el superventas Gorki era uno de ellos.

A lo que iba, por desgracia, en muchos casos por falta de éxito, desaparecen editoriales cuyos responsables demostraron una excelente relación con la letra impresa, lo cual se tradujo en la salida de novedades sorpresivas o clásicos olvidados de las listas de éxitos. 

Eso me imagino que le pasó a Ediciones del Cotal, allá por la década de los setenta, cuando su cuidado diseño de portada y un distintivo muy apropiado llamaron la atención de no pocos lectores, entre los que me incluía yo. Marketing aparte, lo que más me atrajo fueron los autores como era el caso del primero en que puse mi vista cuando ví la colección ya expuesta en alguna librería que, si mal no me equivoco, era una de las casetas de las cuesta de Moyano, en Madrid, lugar de paseo de muchos literatos, entre otros el emboinado Baroja, quien desde hace años cuenta con una estatua en dicho lugar al lado del Jardín Botánico y próximo al castizo Retiro.


El primer libro fue el que está encima de este párrafo. Del poeta galés Dylan Thomas de quien ya conocía otros relatos, su poesía completa y cartas, con lo cual el disfrute con Las hijas de Rebeca no pudo ser mejor. El título del escritor de Swansea volvería a ser noticia en la década de 1990 gracias a la adaptación cinematográfica del mismo título realizada por Karl Francis y protagonizada por, entre otros, Peter O' Toole.

Con posteridad y cuando la editorial aún se encontraba en  su apogeo, volví a comprar otro libro, también de un escritor británico, pues se trataba de la obra Las nuevas noches árabes del escocés Robert Louis Stevenson, con prólogo de Cesare Pavese. Sus generosas páginas me sirvieron de perfecto acompañante en sufridas noches del agosto madrileño. La excepcionalidad de otros títulos del autor de La isla del Tesoro no impidió que disfrutase con aquellas aventuras salidas de la mente de Stevenson, páginas entonces desconocidas y de grato recuerdo a las que vuelvo de vez en cuando para disfrutar de esas historias imaginadas que me llevan lejos de la fastidiosa realidad cotidiana. 

Pasado el tiempo, en una de esas ferias del libro de ocasión, entre libros invendibles y otras piezas condenadas a la guillotina, revolviendo entre montones de publicaciones de saldo y otros fósiles de papel de escaso valor, recuperé del gran cuentista francés Guy de Maupassant, en concreto El señor Parent. Libre del peso y del polvo, la obra también desconocida me sirvió para reconocer el talento del escritor francés y su realismo no exento de profunda indagación psicológica en relación con los personajes de la mencionada publicación.

En sucesivas ferias de libros de antiguos y de segunda mano me fui haciendo con varios volúmenes de Ediciones del Cotal, entre otros de gente de la literatura como Katherine Mansfield, James Cain, Joseph Conrad o Fenimore Cooper.


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