viernes, 10 de junio de 2011


Happines is a war gun, number two


"When I hold you in my arms/d feel my finger on you trigger/I know no one can do me no harm because happiness is a war gun". Iba cantando para mis adentros en el 140 que me transportaba al lugar donde tenía pensando llevar a cabo mi particular caza humana. La gente ni se fijaba en la larga funda de lona donde iba mi querido Winchester magnum. Los viajeros estaban a su bola, pensando seguramente en la mierda de sus trabajos mal pagados, pero yo estaba contento de la labor que iba a hacer.

El bus llegó a la parada donde tantas veces había esperado o bajado. Esta vez tocó lo segundo. Me fijé bien de que en el recinto del edificio no estuviese el vigilante de turno. Esperé media hora, eran sobre las seis y media de la tarde. Turismos y furgonetas entraban y salían de vez en cuando, en ellos iban caras conocidas por mí que ya no me decían nada.

La entrada fue de película. El vigilante estaba solo y le dije no te muevas cabrón que este cacharro tiene 11 balas dentro, así que no te hagas el superman. Era de esperar, los jefazos para ahorrarse el dinero de la telefonista por la tarde utilizaban al guarda. Subimos la escalera como si nada pasara, vi la sección donde me habían puteado. Dentro de un rato estaría con ellos. Cuando llegamos arriba, la secretaria del administrador se puso pálida al percibir el brillo metálico de mi cuidado rifle. La puta se debió cagar cuando recibió el tiro a menos de un metro en la cabeza. El olor del humo se mezcló con el de la mierda. Al vigilante le dije que se tirara al suelo, y entonces apareció el mamón del administrador con su cara de besugo, pero esta vez sus aires de gallito se habían transformado en pánico.

El segundo disparo del Winchester le tocó al brillante economista en el vientre, el tercero también, no quería que se muriese en el acto. Controlando al vigilante, todavía tumbado, me arrodillé ante el contable y saqué mi cuchillo Cudeman de 21 centímetros de hoja y se lo hundí en los cojones. Antes de sacárselo lo removí de un lado para otro. ¡Cómo chillaba el cabrón!, como los cerdos cuando los pasan por el hierro. Guardé el baldeo en la funda de cuero que llevaba a la altura del tobillo. El vigilante me dijo,¡ por favor no sigas, te estás metiendo en un lío!, pero yo no estaba para conversas. Le tocó el cuarto en la nuca, quedó tieso. Me entraron ganas de mear y saqué la polla que estaba de verdad gorda y dirigí el chorro al vientre del administrador que ya no gritaba se había desmayado o muerto. Después de una larga meada, le dí el tiro de gracia en medio de los ojos y repetí, por sí acaso.

Bajé con la seguridad del trabajo bien hecho, estaba como una moto, había hecho la jugada del siglo y ahora le tocaba el turno al penalti para rematar el partido. A la carrera entré por el pasillo, hacia el despacho del director, era el momento de una reunión. Todos se quedaron con cara de pardillos, pero algunos con el terror bien visible en sus ojos, seguramente que más de uno se mearía por la pata abajo. ¡Al suelo!, dije, y la media docena, entre los que estaba la puta que fue mi jefa, obedecieron sin rechistar. Me quedaban cinco balas, pero tenía más en el cinturón. Tomé con calma el trabajo, como cuando hacía un reparto que me gustaba. El director se llevó el primero en la nuca, se movió como una marioneta sin hilos, luego repetí la jugada con la furcia y con el director adjunto. A los demás les dije, ahí os quedáis con vuestros muertos, que os jodan a todos.

Bajé las escaleras y mientras las gente corría cagada de miedo hice un disparo contra el techo. Ya se escuchaban las sirenas de las ambulancias y de los coches de la madera. Me metí un par de lexatines bajo la lengua, no tenía ganas de seguir el tiroteo. Salí por la puerta con calma, con el Winchester entre los hombros, como James Dean en Gigante. Los buitres de la prensa y los cámaras de las televisiones también me apuntaban. Oía el ruido de los disparos de sus aparatos, era el "the end" de mi mejor película. Los policías me apuntaban con sus armas, algunos llevaban escopetas, dejé el Winchester y el puñal en suelo y fui hacia ellos con las manos en alto, mientras cantaba "Happines is a war gun. Yes, it is".

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