domingo, 26 de junio de 2011


La sonrisa clara


Cuando era niño viajaba en viejos vagones de tren hacia Levante en compañía de mis padres, mi hermano y, siempre, un tebeo que me distraía más que el paisaje de marrones quemados que anunciaban el estío en su agobiante apogeo cargado de luz semejante a la que desprendían los cuadros de Sorolla que tanto admiraría en el futuro. No es el comienzo de una novela cursi, ni un recuerdo melancólico de un tiempo pasado al estilo proustsiano, es el homenaje a un dibujante que captó mi atención en un viaje allá por el año 1962. En el largo y cansino trayecto, entonces aún funcionaban las máquinas a vapor, me tocó como compañía, además de familiares, y personas de lo más variopinto, un par de ejemplares de TBO, para mí algo nuevo que me apartaba de mis preferidos: Capitán Trueno y demás héroes de la historieta española.

Desde el primer momento se produjo el flechazo, firmaba como Coll. En sus viñetas, lo simple y claro atraían a su mundo a un niño curioso que además sonreía cuando el sol apretaba en aquellos cubiles henchidos, llamados vagones, y a tope de gentes y algún animal doméstico escondido en cesta de mimbre. Sólo despegaba la vista de los leídos y releídos ejemplares de TBO cuando llegaba a la estación de una gran ciudad, donde el tren descansaba minutos y más minutos, lo cual quería decir que entonces podía observar detenidamente todo el mundo que en torno al lugar de parada de los trenes se desarrollaba en paralelo al de una urbe. Todas las edades, niños, adultos, ancianos, hombres, mujeres, monjas con sus vestidos medievales, soldados de anticuados uniformes, policías armados, personas del campo llevando grandes bultos...


Bueno, que de aquel viaje, aunque pesado, saqué bastante partido, pues me afilié para siempre al estilo de Coll, además de hacerme un poco más mayor viendo a la gente y sus movimientos. Ah! cuando llegué al destino, un par de días después de tan prometedor encuentro visual, una vecina de mi familia me observó como leía con mucho interés. Horas después me regaló un montón de ejemplares de TBO que su hijo, ya más interesado en la novia, tenía apilados en el trastero.

Dos años después de la iniciación de aquel niño en TBO, Coll dejaba de publicar en la veterana revista para volver a la construcción como paleta, palabra con la que el mismo definía su profesión para ganarse la vida en tiempos de carencias. Regresó en los ochenta, incluso la nueva revista CAIRO le dio cancha, pero el dibujante decidió quitarse de en medio para sorpresa de familiares, amigos y admiradores. Uno infiel compulsivo en el campo de la historieta, sin embargo, a pesar de buscar lozanía en otros terrenos: Pulgarcito y Tiovivio, siempre regresa a la experiencia de TBO cuando le apetece una sonrisa sin más que me facilitan los dibujos de mi para siempre admirado y admirable Coll.








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