jueves, 7 de julio de 2011

Hemingway's house


El primer curso de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid incluía la asignatura de Redacción periodística, materia en la que tenía como profesor a un veterano literato llamado José Luis Castillo Puche (1919-2004), quien aprovechaba las clases para hablar de sus experiencias vitales, principalmente viajes y contactos con escritores. Acompañado de una joven secretaria de pelo rubio, el maestro, con su deje murciano, reunía más alumnos que la mayoría de docentes universitarios en aquel lejano año de 1974, hasta el punto que un grupo de personas desnudas prefirió la atestada aula donde el escritor contaba anécdotas para despelotarse.

Pero como dicen por ahí, fuerzas del mismo signo se repelen, a Castillo Puche no le gustó la anécdota que le quitaba protagonismo e invitó a los despelotados a que abandonasen la clase, mientras las chicas que tenía detrás de mí chillaban que se apartasen los de delante porque no veían bien las partes bajas de los reivindicativos jóvenes.

A lo que iba, las anécdotas del escritor de Yecla casi siempre estaban relacionadas con literatos. En En aquel tiempo se encontraba muy afanado con la traída de nuevo a España del aragonés Ramón J. Sender, cuyo estilo le cautivaba como también declaraba su devoción hacia las obras de Pío Baroja y Ernest Hemingway. Sobre el galardonado autor estadounidense, a quien había conocido personalmente, llegó a afirmar que no le cogió de sorpresa su truculenta muerte con disparo de escopeta de caza incluido.

Castillo Puche entendía que Hemingway, aparte de otros problemas psicológicos quizás de origen genético -los suicidios en su familia creó que sólo han sido superados, en el caso de escritores, por la del uruguayo Horacio Quiroga-, quedó marcado por una experiencia infantil que vivió junto a su padre, un médico que atendía a todo tipo de pacientes. El pequeño Ernest participó junto a su progenitor en un dificultoso parto de una paciente de raza india, mientras el marido de ésta se desesperaba. Enfrascados en la difícil labor de sacar el bebé a la vida, el futuro escritor y su padre, por fin remataron con éxito la faena. Cuando fueron a felicitar al nervioso indio, éste se había cortado el cuello con un cuchillo. Esta dramática experiencia, según Puche, influyó en que Hemingway arrastrase en vida una personalidad depresiva que terminó por imponerse cuando su fuerza física y capacidad psicología decaían.

La anécdota de mi primer profesor de Redacción periodística me quedó para siempre grabada, como pasó con otras más divertidas. Pasaron los años y un día estaba yo en la isla de San Simón, pero no en plan contemplativo, sino trabajando como redactor, cuando de pronto en una esquina de la minúscula ínsula veo a mi viejo profesor con su esposa. Tras los saludos, recuerdos y revisitación de anécdotas, le hice la entrevista de rigor a Castillo Puche, que era bastante interesante, pero en la empresa del libelo donde laboraba no estaba para literaturas -latines como decía uno de los jefes-, así que sólo sacaron unas cuantas líneas de lo escrito por mí para justificar el titular y la fotografía.

De aquel día en San Simón, donde por cierto se respiraba un aire tranquilo como el que inspiró al juglar que cantó a la isla y el amor, guardo una fotografía que Castillo Puche me entregó. Lo que son las coincidencias, le pregunté sobre cómo iban sus escritos sobre Hemingway, a lo que me respondió que acababa de estar hacía unos días en Chicago donde se celebró un homenaje al autor de El viejo y el mar (a mí me gusta más Tener o no tener), en el que participaron especialistas de todo el mundo. En la fotografía aparece, Castillo Puche junto a la casa natal de Ernest, lugar del que salió un día para acompañar a su padre a un parto difícil.

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