martes, 5 de julio de 2011

Un mar de páginas barojianas

"Amigo", me ha dicho mi compañero con un puñado de bellotas en el hueco de la mano, "sólo hay dos tipos de escritores: los de mar y los de río. Entre los primeros los principales son Edgar Alan Poe, Herman Melville, Jack London, Joseph Conrad, Julio Verne y Pío Baroja. Entre los segundos, destacan Mark Twain, Jorge Manrique, Rafael Sánchez Ferlosio y Camilo José Cela. Los escritores de mar son más novelistas que los de río, y los escritores de río son más poetas que los de mar. Así están las cosas, amigo mío, y si alguna vez te metes a escritor tendrás que elegir entre los unos y los otros".

Así hablan personajes de la novela Los príncipes valientes, de Javier Pérez Andujar (San Adriá de Besós, 1965), declaración que me ha servido para despertar algunas de las partes donde se guardan los recuerdos de los libros leídos. Automáticamente limpio de polvo los viejos ejemplares de la serie del mar, de Pio Baroja (1872-1956), es decir las inolvidables Aventuras de Shanti Andía (1911) y las sucesivas entregas de aventuras marineras: El laberinto de sirenas (1923), Los pilotos de altura (1931) y La estrella del capitán Chimista (1930).

Recuerdo que se dice a menudo en los mentideros literarios que en España no hay tradición marinera a la hora de escribir como, por ejemplo, en países de habla inglesa, sobre todo Islas Británicas y Estados Unidos, pero sería un asunto de larga y tendida exposición ponerse a ello, pues novelas sobre el mar las hay. El propio Cervantes en su Quijote no obvia las aventuras de toque bizantino con abordajes como los que el vivió en persona, sí el manco de Lepanto en el viejo Mediterráneo. ¿Qué me dicen de los naufragios y aventuras de Cabeza de Vaca, de Trafalgar, de Pedro Blanco el negrero, de Gran Sol…? Dejo la lista, pues se me ha vuelto a despertar otra parte de los recuerdos de libros leídos de autores tan dispares entre sí, pero con el olor a salitre presente en sus cavidades nasales y en sus pensamientos, como Galdós, Lino Blanco o Aldecoa.

Pío Baroja, admirador de Melville, Stevenson, Mayne Reid, Conrad y Marryat, entre otros hombres de acción escribientes, envidió sin duda las vivencias de todos ellos. Pero si Baroja fue un hombre bastante viajado para el tiempo que le toco vivir, tuvo que echar mano a hojas de letra impresa y escuchar leyendas sobre antiguos familiares para documentar sus novelas sobre el mar y sus pobladores.

El incompleto bagaje de don Pío en los asuntos prácticos del mar, como supuestamente en los del amor, no impidieron el desarrollo de entretenidas novelas con sus negreros, piratas, mercantes y marineros en aguas saladas menos navegadas y contaminadas que en la actualidad. El empeño de Baroja se ha visto recompensado con bastantes seguidores de las aventuras descritas en las novelas antes citadas, éxito sin duda para un hombre considerado sedentario, porque Melville y Conrad, más baqueteados en singladuras, prefirieron en la madurez una retirada a tiempo para cambiar la bitácora por el escritorio casero.

Las comparaciones pueden ser odiosas, pero el mérito se lo concedo a todos los citados, así que invito a quienes lean esto que busquen la trilogía El laberinto de sirenas, Los pilotos de altura y La estrella del capitán Chimista, con permiso de la más recurrida crónica de Shanti Andía, porque en ellas no faltan los ingredientes que hacen agradable la lectura, la literatura, un arte que dominaba Pío Baroja, a quien en la tarea de edición familiar de dichas obras ayudó su hermano Ricardo con excelentes grabados. Por cierto, Ricardo Baroja fue autor de La nao capitana, novela que conoció versión cinematográfica de Florián Rey, película estrenada en 1947.


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