Cuentos completos, de Ignacio Aldecoa
La prematura muerte de Ignacio Aldecoa (1925-1969) no ha impedido que su obra trascienda fuera de los límites del corsé que fijan los manuales de literatura para simplificar o quizá facilitar a golpe de cronología la situación de un autor. Aldecoa fue de aquellos niños nacidos en la segunda mitad de la década de 1920 que sufrieron los rigores de una guerra cruel y sangrienta, destructiva como la paz impuesta por los vencedores de aquella matanza cainita.
Volviendo a la obra del escritor vasco afincado en Madrid, hay que destacar la predisposición a la brillantez en el relato corto, a su labor artesana bien rematada, quizá herencia genética por el lado paterno, tal vez por su curiosidad por todo los relacionado con el mundo de los empleos modestos. De eso abunda en los dos tomos de Cuentos Completos, editados por Alianza editorial en 1973 y recopilados por Alicia Bleiberg. Los dos libros ofrecen el mundo literario por el que transitó Aldecoa, autor además de cuatro novelas indispensables y otras obras enmarcadas en la poesía y el libro de viajes.
La dificultad de reducir el amplio universo de los relatos de Aldecoa a un espacio concreto motivó que la autora de la recopilación hiciese una ordenación flexible de acuerdo con siete apartados: oficios, clase media, bajos, fondos, el éxodo rural a la ciudad, vidas extrañas, los niños, la soledad de los ancianos y la abulia de la clase acomodada.
Los cuentos recopliados están comprendidos entre los años que van de 1948 a 1968. En ellos están esos oficios que tanto fascinaron a Aldecoa, historias únicas como única e irrepetible es la existencia de cada personaje. Son historias, vidas anónimas, lejanas en espacio y tiempo pero dramáticamente actuales porque la melancolía, la crueldad, la tristeza, el humor, la muerte... están ligadas a esa existencia que Aldecoa trató de exprimir hasta el último momento, consciente de la vida es un suspiro, fatalidad que se cumplió en su persona, pero como dice su viuda, la escritora Josefina Aldecoa: "También me di cuenta de que todo escritor es inmortal. Porque cuando todos los que conocimos y amamos a Ignacio hayamos desaparecido, cuando su hija y los hijos de su hija desaparezcan, habrá alguien que al leer un libro suyo participe de lo que él sentía y pensaba y era".
En mi caso me siento partícipe de lo que sentía, a menudo releo esas historias de boxeadores, de viejos abandonados, de niños ante la muerte. Tal vez esa insistencia a penetrar una y otra vez en los cuentos de de Aldecoa es porque en algunos nos vemos retratados, como en esas fotografías en blanco y negro que esconden un tiempo pasado que puede ser peor que el actual.
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