lunes, 28 de septiembre de 2015

La balada del café triste

Cualquier persona puede ser amada. El ser más estrafalario del mundo es objeto de devoción para el amante fervoroso. El amor es una experiencia compartida pero no tiene que ser la misma para ambos. Existe el amante y el amado. Según Carson McCullers (Columbia, Georgia, 1917 – Nyak, Nueva York, 1967) en su inolvidable relato La balada del café triste escrito en el año 1951, es mejor ser amante porque “muchas veces la persona amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante”. 

La teoría del amor que nos trasmite la escritora norteamericana parece penetrar en Amelia Evans la protagonista alta y morena “con huesos y músculos de hombre”. Una mujer de pelo corto hacia atrás que de repente se enamora de un jorobado tísico. ¿Qué descubre esa mujer en alguien tan adverso físicamente? No sabemos qué le da. Tampoco sabemos si hace el amor con ella, ni si tiene conversaciones interesantes, ni de dónde viene, ni que pretende. Sabemos que, eso sí, que aparece en la más absoluta pobreza y sin embargo, es capaz de sedución. “El valor y la calidad del amor están determinados únicamente por el propio amante”. Ella de pronto descubre en ese ser que su capacidad de amor carece de destino. Probablemente el hecho de que sea extranjero le predestina como objeto de su amor porque lo nuevo y lo no convencional le atraen ya que son un reto para ella que es una persona que necesita luchar.

Parece decirnos Carson McCullers que la calidad del amor es la misma siempre que el amante invente a su amado, y no importa demasiado el aspecto. Sólo el deseo permanente de amar para sentirse transformada. Y claro, es el amante quien posee la palabra y por lo tanto dota de sentido al amado. Quien puede articular el discurso del deseo está en posesión del poder del lenguaje. McCullers elabora una teoría del amor que sin duda está latente en nuestra manera de mirar el de mundo mediante el papel que nos otorgamos cuando amamos: elegir nosotros. La maravilla probablemente se encuentre en la ductilidad de los papeles, en saber que éstos pueden intercambiarse y de pronto sorprenderte con que eres el amante.

Concha García
Novelas de amor – La herida narcisista
ABC Cultural
Madrid, 15 de julio de 2000
Nº 442
Página 18


El apasionado amor individual (el viejo amor de Tristán e Isolda, el amor de Eros) tiene menos valor que el amor de Dios, que la amistad (el amor de Agape, dios griego de los banquetes, dios del amor fraternal), que el amor del ser humano. Eso fue lo que intenté demostrar en La balada del café triste, por medio del extraño amor de Miss Amelia por su primo Lymmon, el pequeño jorobado.

Carson McCullers
Esquire
Diciembre de 1959

Con La balada de el café triste, ocurrió algo distinto. Conocía un bar de Brooklyn, cerca de Waterfront, al que me gustaba ir con W.H. Auden y George Davis. Llegó esa mujer, a la que llamaban Submarine Mary, acompañada de un hombre bajito y jorobado. Y yo seguí charlando con mis amigos, que ni siquieran habían reparado en la escena. Luego regresé a mi casa del Sur, y, un día mientras oía música -a Berlioz, lo recuerdo bien-, la imagen del jorobado de Submarine Mary me vino a la cabeza, perfectamente nítida; vi su silueta y comencé a escribir La balada del café triste. Es lo que Henry James solía llamar “una preciosa partícula” y que yo llamó “iluminación”. Este tipo de cosas llegan sin haber sido pensadas. De ahí que el hecho de escribir sea extremadamente peligroso. Thomas Mann decía que un escritor es alguien a quien con frecuencia le resulta difícil escribir. Pues bien, le aseguro que, si hay una persona a quien le cueste hacerlo, ésa soy yo. […]

Sí, el infinito dolor que provoca el amar sin ser amado es un tema muy recurrente en mi obra. Estáclaro que todos los escritores tiene obsesiones, por muy diferentes que sean sus libros […]. Me siento muy feliz cuando veo que mi trabajo avanza. Pero, en la vida, generalmente soy feliz y doy gracias a Dios por estar en este mundo.

Carson McCullers

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