lunes, 21 de septiembre de 2015

La casa verde, Mario Vargas Llosa

Entre páginas:

Silenciosas, impulsadas por las pértigas, las canoas se arriman a la orilla y Fushia, Pantacha y Nieves, saltan a tierra. Se internan unos metros en la maleza, se acuclillan, hablan en voz baja. Entre tanto, los huambisas varan las canoas, las ocultan bajo el ramaje, borran las pisadas del fango de la ribera y a, su vez, entran al monte. Llevan pucunas, hachas, arcos, haces de virotes colgados del cuelo y, en la cintura, cuchillos y los cañutos embreados del curare. Sus rostros, torsos, brazos y piernas desparecen bajo los tatuajes y, como para las grandes fiestas, se han teñido también los dientes y las uñas. Pantacha y Nieves llevan escopetas, Fushía solo revólver. Una huambisa cambia unas palabras con ellos, luego se agazapa y, elásticamente, se pierde en el boscaje. ¿El patrón se sentía mejor? El patrón no se había sentido nunca mal, quién inventaba eso. Pero que el patrón no levantara la voz: los hombres se ponían nerviosos. Siluetas mudas, desparramadas bajo los árboles, los huambisas otean a la derecha e izquierda, sus movimientos son sobrios y sólo el destello de las pupilas y las furtivas contracciones de sus labios revelan el anisado y los cocimientos que estuvieron bebiendo toda la noche, en toda a una fogata, en el bajío donde acamparon. Algunos mojan en el curare los vértices forrados de algodón de los virotes, otros soplan las cerbatanas para expulsar las escorias. Quietos, sin mirarse unos a otros, esperan mucho rato. Cuando el haumbisa que partió surgue como un suavísimo felino entre los árboles, el sol está ya alto y sus lenbuas amarillas derriten los trazos del huiro y de achiote de los cuerpos desnudos. Hay una complicada geografía de luces y de sombras, se ha acentuado el color de los matorrales , las cortezas parecen más duras, más rugosas, y viene de arriba un ensordecedor vocerío de pájaros.

 
Carta de Julio Cortázar a Mario Vargas Llosa

Ginebra, 18 de agosto de 1965

Querido Mario:

A esta máquina le faltan todos los acentos; los iré poniendo a mano cuando relea esta carta, pero perdonarás que se me salten algunos. Por paquete certificado te devuelvo la novela, y espero que recibas las dos cosas sin demora. He dejado pasar una semana después de la lectura de tu libro, porque no quería escribirte bajo el arrebato de entusiasmo que me provocó La casa verde. Y sin embargo, ahora que voy a decirte algunas cosas sin pensarlas demasiado, dejando que la máquina vuele casi a su gusto, siento que el entusiasmo no solamente no ha disminuido sino que se ha afirmado, se ha vuelto ya eso que todo novelista quiere para su obra: recuerdo, memoria segura y firme. Quisiera decirte, ante todo, que una de las horas más gratas que me reserva el futuro será la relectura de tu libro cuando esté impreso, cuando no haya que luchar con esa “a” partida en dos que tiene tu condenada máquina (tírala a la calle desde el piso 14, hará un ruido extraordinario, y Patricia se divertirá mucho, y a la mañana siguiente encontrarás todos los pedacitos en la calle y será estupendo, sin contar la estupefacción de los vecinos, puesto que en Francia las-máquinas-de-escribir-no-se-tiran-por-la-ventana).

Sí, leer tu libro impreso va a ser una gran maravilla, porque volveré a vivir el largo viaje de Fushía y Aquilino, que me parece la viga maestra del edificio, o mejor, el hilo conductor de todo el tapiz, como en los diagramas geográficos la línea del nivel del mar parece regir todas las curvas ascendentes y descendentes, las montañas y las fosas submarinas. Y volveré a encontrarme con Bonifacia y con Lituma, con Nieves y con Lalita, para mí los personajes más vivos y logrados de la novela después de Fushía, o junto con él. Fíjate que así, soltándote unas primeras impresiones casi pasionales, te estoy dando ya una opinión sobre el libro; pero me parece necesario decirte, antes de seguir, alguna cosa sobre la totalidad del libro. Bueno, Mario Vargas Llosa. Ahora te voy a decir toda la verdad: empecé a leer tu novela muerto de miedo. Porque tanto había admirado La ciudad y los perros (que secretamente sigue siendo para mí Los impostores), que tenía un casi inconfesado temor de que tu segunda novela me pareciera inferior, y que llegara la hora de tener que decírtelo (pues te lo hubiera dicho, creo que nos conocemos). A las diez páginas encendí un cigarrillo, me recosté a gusto en el sillón, y todo el miedo se me fue de golpe, y lo reemplazó de nuevo esa misma sensación de maravilla que me había causado mi primer encuentro con Alberto, con el Jaguar, con Gamboa. A la altura de los primeros diálogos de Bonifacia con las monjitas ya estaba yo totalmente dominado por tu enorme capacidad narrativa, por eso que tenés y que te hace diferente y mejor que todos los otros novelistas latinoamericanos vivientes; por esa fuerza y ese lujo novelesco y ese dominio de la materia que inmediatamente pone a cualquier lector sensible en un estado muy próximo a la hipnosis (y eso no significa pérdida de lucidez, sino paso a otra forma de lucidez, que es el milagro de toda gran novela, de un Lowry o un Joyce Cary o un Dostoievski, y no te pongas colorado, peruanito, que yo no elogio así nomás a nadie, aunque sea un amigo muy querido).


El autor

Mario Vargas Llosa, nacido el 28 de marzo de 1936 en la ciudad de Arequipa (Perú). Realizó sus primeros estudios en Cochabamba, Piura y Lima, y será en la capital peruana, en concreto en la Universidad de San Marcos, donde hará los estudios de Letras y Derecho, en tanto que desempeña varios trabajos y a la vez publica sus primeras narraciones cortas. Un cuento le facilita un premio mediante el cual puede viajar al continente europeo en 1958.

Las primeras obras literarias más conocidas de Vargas Llosa son, entre otras, Los jefes (1959), La ciudad y los perros (1963), La casa verde (1966) -a la que le fue concedido el Premio Rómulos Gallegos- y Conversación en la catedral. Este último le abre el reconocimiento de crítica y púiblico más allás de las fronteras de las naciones hispanohablantes. Sus libros se irán traduciendo a diferentes idiomas y el conjunto de su amplia obra será tenido en cuenta por especialistas y estudiosos que sitúa al escritor entre los mejores de la narrativa en lengua española.

La lista de escritos del creador peruano no dejará de crecer con el paso del tiempo, así irán apareciendo obras en la década de los setenta del siglo pasado, mientras vive en Barcelona, como García Márquez, historia de un deicidio (1971), Historia secreta de una novela (1972) y Pantaleón y las visitadoras (1973), a las que seguirán La orgía perpetua (1975), La tía Julia y el escribidor (1977), La guerra del fin del mundo (1981), Lituma en los Andes (1993) -Premio Planeta-, La fiesta del Chivo (2000), La tentación de lo imposible (2005), Travesuras de la niña mala (2007), El sueño del celta (2010)...

Entre los galardones conseguidos por Mario Vargas Llosa hay que destacar los premios Príncipe de Asturias, Cevantes y Nobel de Literatura.

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