La casa verde, Mario Vargas Llosa
Entre
páginas:
Silenciosas,
impulsadas por las pértigas, las canoas se arriman a la orilla y
Fushia, Pantacha y Nieves, saltan a tierra. Se internan unos metros
en la maleza, se acuclillan, hablan en voz baja. Entre tanto, los
huambisas varan las canoas, las ocultan bajo el ramaje, borran las
pisadas del fango de la ribera y a, su vez, entran al monte. Llevan
pucunas, hachas, arcos, haces de virotes colgados del cuelo y, en la
cintura, cuchillos y los cañutos embreados del curare. Sus rostros,
torsos, brazos y piernas desparecen bajo los tatuajes y, como para
las grandes fiestas, se han teñido también los dientes y las uñas.
Pantacha y Nieves llevan escopetas, Fushía solo revólver. Una
huambisa cambia unas palabras con ellos, luego se agazapa y,
elásticamente, se pierde en el boscaje. ¿El patrón se sentía
mejor? El patrón no se había sentido nunca mal, quién inventaba
eso. Pero que el patrón no levantara la voz: los hombres se ponían
nerviosos. Siluetas mudas, desparramadas bajo los árboles, los
huambisas otean a la derecha e izquierda, sus movimientos son sobrios
y sólo el destello de las pupilas y las furtivas contracciones de
sus labios revelan el anisado y los cocimientos que estuvieron
bebiendo toda la noche, en toda a una fogata, en el bajío donde
acamparon. Algunos mojan en el curare los vértices forrados de
algodón de los virotes, otros soplan las cerbatanas para expulsar
las escorias. Quietos, sin mirarse unos a otros, esperan mucho rato.
Cuando el haumbisa que partió surgue como un suavísimo felino entre
los árboles, el sol está ya alto y sus lenbuas amarillas derriten
los trazos del huiro y de achiote de los cuerpos desnudos. Hay una
complicada geografía de luces y de sombras, se ha acentuado el color
de los matorrales , las cortezas parecen más duras, más rugosas, y
viene de arriba un ensordecedor vocerío de pájaros.
Carta de Julio Cortázar a Mario Vargas Llosa
Ginebra,
18 de agosto de 1965
Querido
Mario:
A
esta máquina le faltan todos los acentos; los iré poniendo a mano
cuando relea esta carta, pero perdonarás que se me salten algunos.
Por paquete certificado te devuelvo la novela, y espero que recibas
las dos cosas sin demora. He dejado pasar una semana después de la
lectura de tu libro, porque no quería escribirte bajo el arrebato de
entusiasmo que me provocó La casa verde. Y sin embargo, ahora que
voy a decirte algunas cosas sin pensarlas demasiado, dejando que la
máquina vuele casi a su gusto, siento que el entusiasmo no solamente
no ha disminuido sino que se ha afirmado, se ha vuelto ya eso que
todo novelista quiere para su obra: recuerdo, memoria segura y firme.
Quisiera decirte, ante todo, que una de las horas más gratas que me
reserva el futuro será la relectura de tu libro cuando esté
impreso, cuando no haya que luchar con esa “a” partida en dos que
tiene tu condenada máquina (tírala a la calle desde el piso 14,
hará un ruido extraordinario, y Patricia se divertirá mucho, y a la
mañana siguiente encontrarás todos los pedacitos en la calle y será
estupendo, sin contar la estupefacción de los vecinos, puesto que en
Francia las-máquinas-de-escribir-no-se-tiran-por-la-ventana).
Sí,
leer tu libro impreso va a ser una gran maravilla, porque volveré a
vivir el largo viaje de Fushía y Aquilino, que me parece la viga
maestra del edificio, o mejor, el hilo conductor de todo el tapiz,
como en los diagramas geográficos la línea del nivel del mar parece
regir todas las curvas ascendentes y descendentes, las montañas y
las fosas submarinas. Y volveré a encontrarme con Bonifacia y con
Lituma, con Nieves y con Lalita, para mí los personajes más vivos y
logrados de la novela después de Fushía, o junto con él. Fíjate
que así, soltándote unas primeras impresiones casi pasionales, te
estoy dando ya una opinión sobre el libro; pero me parece necesario
decirte, antes de seguir, alguna cosa sobre la totalidad del libro.
Bueno, Mario Vargas Llosa. Ahora te voy a decir toda la verdad:
empecé a leer tu novela muerto de miedo. Porque tanto había
admirado La ciudad y los perros (que secretamente sigue siendo para
mí Los impostores), que tenía un casi inconfesado temor de que tu
segunda novela me pareciera inferior, y que llegara la hora de tener
que decírtelo (pues te lo hubiera dicho, creo que nos conocemos). A
las diez páginas encendí un cigarrillo, me recosté a gusto en el
sillón, y todo el miedo se me fue de golpe, y lo reemplazó de nuevo
esa misma sensación de maravilla que me había causado mi primer
encuentro con Alberto, con el Jaguar, con Gamboa. A la altura de los
primeros diálogos de Bonifacia con las monjitas ya estaba yo
totalmente dominado por tu enorme capacidad narrativa, por eso que
tenés y que te hace diferente y mejor que todos los otros novelistas
latinoamericanos vivientes; por esa fuerza y ese lujo novelesco y ese
dominio de la materia que inmediatamente pone a cualquier lector
sensible en un estado muy próximo a la hipnosis (y eso no significa
pérdida de lucidez, sino paso a otra forma de lucidez, que es el
milagro de toda gran novela, de un Lowry o un Joyce Cary o un
Dostoievski, y no te pongas colorado, peruanito, que yo no elogio así
nomás a nadie, aunque sea un amigo muy querido).
El
autor
Mario
Vargas Llosa, nacido el 28 de marzo de 1936 en la ciudad de Arequipa
(Perú). Realizó sus primeros estudios en Cochabamba, Piura y Lima,
y será en la capital peruana, en concreto en la Universidad de San
Marcos, donde hará los estudios de Letras y Derecho, en tanto que
desempeña varios trabajos y a la vez publica sus primeras
narraciones cortas. Un cuento le facilita un premio mediante el cual
puede viajar al continente europeo en 1958.
Las
primeras obras literarias más conocidas de Vargas Llosa son, entre
otras, Los jefes (1959), La ciudad y los perros (1963), La casa verde
(1966) -a la que le fue concedido el Premio Rómulos Gallegos- y
Conversación en la catedral. Este último le abre el reconocimiento
de crítica y púiblico más allás de las fronteras de las naciones
hispanohablantes. Sus libros se irán traduciendo a diferentes
idiomas y el conjunto de su amplia obra será tenido en cuenta por
especialistas y estudiosos que sitúa al escritor entre los mejores
de la narrativa en lengua española.
La
lista de escritos del creador peruano no dejará de crecer con el
paso del tiempo, así irán apareciendo obras en la década de los
setenta del siglo pasado, mientras vive en Barcelona, como García
Márquez, historia de un deicidio (1971), Historia secreta de una
novela (1972) y Pantaleón y las visitadoras (1973), a las que
seguirán La orgía perpetua (1975), La tía Julia y el escribidor
(1977), La guerra del fin del mundo (1981), Lituma en los Andes
(1993) -Premio Planeta-, La fiesta del Chivo (2000), La tentación de
lo imposible (2005), Travesuras de la niña mala (2007), El sueño
del celta (2010)...
Entre
los galardones conseguidos por Mario Vargas Llosa hay que destacar
los premios Príncipe de Asturias, Cevantes y Nobel de Literatura.
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