Centenario de Antonio Buero Vallejo (Guadalajara, 1916 - Madrid, 2000)
Antonio Buero Vallejo, uno de los dramaturgos fundamentales de la escena española a partir de la segunda mitad del siglo XX (su primer éxito, Historia de una escalera, todo un clásico en la actualidad, se ponía en escena por primera vez el 14 de octubre de 1949), recordaba en sus escritos autobiográficos que acudía al teatro desde niño de la mano de su padre, un ingeniero militar y profesor de Cálculo, cuya nutrida biblioteca "nunca vetada a sus hijos", sirvió al futuro escritor para gozar de los mundos creados por infinidad de escritores de los siglos XIX y XX, aunque también se colaban entre sus preferencias de lector empedernido obras de autores propios de las tablas: Calderón de la Barca, Ibsen o Bernard Shaw.
Su temprana afición a la comedia, el drama y la tragedia no terminaba en sus lecturas porque a los nueve años de edad recibía un singular juguete como regalo de Reyes, un teatrillo, en el cual podía dirigir ingenuas representaciones a la vez que leía comedias que se publicaban en diferentes colecciones populares que acercaban el teatro al público en general, según reconocía Buero Vallejo, quien recalcaba que aquel juego era el síntoma del autor que llevaba dentro sin saberlo.
De la infancia procede, ciertamente, casi todo; pero también me he sentido estimulado, para mi realización artística, por los acuciantes conflictos propios o ajenos y por las tremendas experiencias de nuestro país y de nuestro siglo. Pues no todo lo que mueva la creación literaria está -ni debe estar- en la infancia.
La adolescencia constituyó un nuevo avance en su gusto escénico, pues con 14 años, junto a varios amigos creaba lo que denominaba fantasías lúdicas en las que era director, actor, figurante, decorador e improvisador de diálogo.
Con esos juegos irrepetibles me despedí de mi adolescencia. El grupo se fue disipando; nuevas amistades se contraían; preocupaciones adultas sustituían a las anteriores ensoñaciones. Empecé a comprender cómo aquellos entretenimientos habían sido el privilegio de chicos favorecidos por el relativo desahogo de nuestra modesta clase media y que el mundo no era, ni mucho menos, tan paradisiaco. La inquietud social y política me acercó al marxismo. Ingresaba así en la vida verdadera, con sus responsabilidades, sus luchas y sus peligros, y ello me llevó a la cárcel al terminar la guerra. Me sentenciaron a muerte, conmutada más tarde. Pasé años en diversos penales. Como Gorki; podría decir que esos años y lugares fueron también, en buena medida, <mis universidades>. En el trance de elegir profesión yo había optado por la pintura y no por una carrera universitaria, lo que acarreó deficiencias en mi formación que sólo en parte he podido remediar a través de variadas lecturas.
La afición al mundo del teatro queda relegada en la primera juventud de Buero Vallejo, quien se matricula en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, a partir de 1934, año de convulsiones políticas y sociales que le llevan a actuar como secretario de la Federación Universitaria Escolar (FUE). Estalla la guerra civil, y tras un alistamiento como voluntario frustrado por su familia, entra de lleno en el taller de propaganda del sindicato estudiantil que representa, pero en 1938 es movilizado y destinado a los frentes del Jarama y de Aragón, pero no llegó a disparar ningún tiro contra sus compatriotas, porque en la XV División del Jarama es adoptado por el comandante húngaro Oscar Goyran para que participe en el grupo sanitario mediante escritos y dibujos en los boletines que se publicaron durante la guerra.
He vivido desde, desde aquel año hasta hoy, mi intransferible búsqueda de logros escénicos y de personales formas teatrales, dentro de la denodada aventura de los escritores españoles del interior resueltos a crear una literatura crítica y renovadora sin dejarse falsificar ni anular por el franquismo -lo que muchos, por desgracia, no pudieron evitar-, ni por tantos menosprecios sistemáticos de dentro y de fuera.
Buero Vallejo comenzó con buen pie su carrera teatral pero era consciente de que aquello era el comienzo de una batalla muy difícil en la que el autor, en el fondo, nunca dejó de rastrear en la realidad de los hombres desgarrados entre sus limitaciones y sus anhelos. Pruebas de su búsqueda abundan en la larga lista de obras teatrales como En la ardiente oscuridad, Las cartas boca abajo, El concierto de San Ovidio, La doble historia del doctor Valmy, La fundación, La detonación o Lázaro en el laberinto.
El teatro de Buero Vallejo, según Ricardo Domenech, es una encrucijada de caminos estéticos y un poderoso y continuado esfuerzo de síntesis de tendencias anteriores, especialmente del realismo y del simbolismo.
Entender la obra de Buero como el mensaje de un náufrago; un náufrago que tiene plena conciencia de la magnitud de una catástrofe y que, simultáneamente y tercamente, se afirma a sí mismo en la esperanza de salvaguardar ciertos valores esenciales. Se trata en este caso de unos valores esenciales a una cultura y, paralelamente, como es peculiar en la visión trágica de unos valores esenciales a la dignidad de vivir.
Antonio Buero Vallejo, uno de los dramaturgos fundamentales de la escena española a partir de la segunda mitad del siglo XX (su primer éxito, Historia de una escalera, todo un clásico en la actualidad, se ponía en escena por primera vez el 14 de octubre de 1949), recordaba en sus escritos autobiográficos que acudía al teatro desde niño de la mano de su padre, un ingeniero militar y profesor de Cálculo, cuya nutrida biblioteca "nunca vetada a sus hijos", sirvió al futuro escritor para gozar de los mundos creados por infinidad de escritores de los siglos XIX y XX, aunque también se colaban entre sus preferencias de lector empedernido obras de autores propios de las tablas: Calderón de la Barca, Ibsen o Bernard Shaw.
Su temprana afición a la comedia, el drama y la tragedia no terminaba en sus lecturas porque a los nueve años de edad recibía un singular juguete como regalo de Reyes, un teatrillo, en el cual podía dirigir ingenuas representaciones a la vez que leía comedias que se publicaban en diferentes colecciones populares que acercaban el teatro al público en general, según reconocía Buero Vallejo, quien recalcaba que aquel juego era el síntoma del autor que llevaba dentro sin saberlo.
De la infancia procede, ciertamente, casi todo; pero también me he sentido estimulado, para mi realización artística, por los acuciantes conflictos propios o ajenos y por las tremendas experiencias de nuestro país y de nuestro siglo. Pues no todo lo que mueva la creación literaria está -ni debe estar- en la infancia.
La adolescencia constituyó un nuevo avance en su gusto escénico, pues con 14 años, junto a varios amigos creaba lo que denominaba fantasías lúdicas en las que era director, actor, figurante, decorador e improvisador de diálogo.
Con esos juegos irrepetibles me despedí de mi adolescencia. El grupo se fue disipando; nuevas amistades se contraían; preocupaciones adultas sustituían a las anteriores ensoñaciones. Empecé a comprender cómo aquellos entretenimientos habían sido el privilegio de chicos favorecidos por el relativo desahogo de nuestra modesta clase media y que el mundo no era, ni mucho menos, tan paradisiaco. La inquietud social y política me acercó al marxismo. Ingresaba así en la vida verdadera, con sus responsabilidades, sus luchas y sus peligros, y ello me llevó a la cárcel al terminar la guerra. Me sentenciaron a muerte, conmutada más tarde. Pasé años en diversos penales. Como Gorki; podría decir que esos años y lugares fueron también, en buena medida, <mis universidades>. En el trance de elegir profesión yo había optado por la pintura y no por una carrera universitaria, lo que acarreó deficiencias en mi formación que sólo en parte he podido remediar a través de variadas lecturas.
La afición al mundo del teatro queda relegada en la primera juventud de Buero Vallejo, quien se matricula en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, a partir de 1934, año de convulsiones políticas y sociales que le llevan a actuar como secretario de la Federación Universitaria Escolar (FUE). Estalla la guerra civil, y tras un alistamiento como voluntario frustrado por su familia, entra de lleno en el taller de propaganda del sindicato estudiantil que representa, pero en 1938 es movilizado y destinado a los frentes del Jarama y de Aragón, pero no llegó a disparar ningún tiro contra sus compatriotas, porque en la XV División del Jarama es adoptado por el comandante húngaro Oscar Goyran para que participe en el grupo sanitario mediante escritos y dibujos en los boletines que se publicaron durante la guerra.
El final de la guerra, las prisiones, la condena a muerte luego retirada por 30 años de cárcel y, al final, casi siete años en diferentes penales que avivaron aún más su tendencia literaria, sin que perdiere el pulso de artista plástico que le convirtió en retratista de entre otros del poeta Miguel Hernández, también condenado. Pero Buero insiste en para todos, menos para él, iba para escritor. En 1946, en libertad provisional, empezó a escribir una obra de teatro a la vez que se enfrentaba de nuevo con la pintura al óleo. En 1947 termina Historia de una escalera, tercera comedia que escribía, y galardonada con el restituido Premio Lope de Vega, tras su estreno en 1949 en el Teatro Español de Madrid.
He vivido desde, desde aquel año hasta hoy, mi intransferible búsqueda de logros escénicos y de personales formas teatrales, dentro de la denodada aventura de los escritores españoles del interior resueltos a crear una literatura crítica y renovadora sin dejarse falsificar ni anular por el franquismo -lo que muchos, por desgracia, no pudieron evitar-, ni por tantos menosprecios sistemáticos de dentro y de fuera.
Buero Vallejo comenzó con buen pie su carrera teatral pero era consciente de que aquello era el comienzo de una batalla muy difícil en la que el autor, en el fondo, nunca dejó de rastrear en la realidad de los hombres desgarrados entre sus limitaciones y sus anhelos. Pruebas de su búsqueda abundan en la larga lista de obras teatrales como En la ardiente oscuridad, Las cartas boca abajo, El concierto de San Ovidio, La doble historia del doctor Valmy, La fundación, La detonación o Lázaro en el laberinto.
El teatro de Buero Vallejo, según Ricardo Domenech, es una encrucijada de caminos estéticos y un poderoso y continuado esfuerzo de síntesis de tendencias anteriores, especialmente del realismo y del simbolismo.
Entender la obra de Buero como el mensaje de un náufrago; un náufrago que tiene plena conciencia de la magnitud de una catástrofe y que, simultáneamente y tercamente, se afirma a sí mismo en la esperanza de salvaguardar ciertos valores esenciales. Se trata en este caso de unos valores esenciales a una cultura y, paralelamente, como es peculiar en la visión trágica de unos valores esenciales a la dignidad de vivir.